Una montaña rusa. Eso es Chile. Un equipo que transita por una vorágine de emociones en cada partido, pero que no necesariamente lo hace accionando él mismo esas sensaciones. Muchas veces, como el lunes frente a México, es el rival el que lo obliga a desarrollar el juego que puede y no el que quiere. Sube y baja por las diferentes etapas del partido, merced al funcionamiento de su adversario. Tiene que ver con que todavía no encuentra el equilibrio adecuado y por eso, a veces, queda tan expuesto o en otras no tiene profundidad.

Depende de qué lado falte la famosa sábana corta, aquella brillante imagen de Tim (brasileño, ex técnico de San Lorenzo)  que, como pocas, ilustra absolutamente este deporte. Pero esa montaña rusa que fue Chile el lunes también ofrece vértigo, velocidad y buenas sensaciones. El equipo dio un paso adelante, sobre todo en el segundo tiempo y se acercó a aquel cuadro que tantas satisfacciones nos ha dado.

Contrariamente a lo que la mayoría pensó, lo del otro día, es un paso adelante. Con ripios y fallos, pero paso adelante al fin. Falta consolidarlo y determinar cuál de los dos tiempos es el que hoy grafica el actual momento de nuestro seleccionado. Quiero pensar que el segundo, porque si es así vamos por un muy buen camino, liderados por el portentoso Arturo Vidal, un jugador que en plenitud es capaz de hacerlo todo en la cancha. Marcar, asistir, anotar, contagiar, cualquier verbo positivo dentro de un campo de juego, es conjugado por este maravilloso mediocampista.

Estamos esperando a Alexis Sánchez, para que la Selección definitivamente saque patente de candidato, y a Sampaoli, para que afine el libreto adecuado y no siga teniendo la obligación de corregir sobre la marcha. En conclusión, para que el entrenador defina a este Chile como el dueño de la montaña rusa y no como un pasajero más de ella.