Wallace Stegner, el novelista que rompió el mito del Viejo Oeste
En su obra, el autor describe el Oeste como un lugar donde los sueños raramente se cumplen.

Prefirió no viajar en diligencia por considerarlo un transporte indigno de su mujer, y ella obedeció. Cubiertos los pies de su elegante esposa con piel de búfalo, el joven ingeniero en minas enfiló su carreta hacia Leadville, Colorado. Nada los había preparado para lo que verían: dos hombres colgados, delante de la cárcel. "Para que puedas vivir en este sitio tienes que estar fuera de él", dijo Oliver, a modo de reflexión. Susan no tardaría en comprender que, en su nuevo hogar, tanto los sueños como la barbarie estaban a la orden del día.
Lo llaman el "decano de los escritores del Oeste", y sobran las razones: consagrada en gran parte a los áridos parajes norteamericanos, la obra del estadounidense Wallace Stegner (1909-1993) hizo de esa tierra su escenario literario. Rompía, eso sí, con la tradición idealista. Con él, el Oeste deja de ser el paraíso de los aventureros y se convierte en un lugar donde los sueños rara vez se cumplen.
Historiador, novelista y profesor, Stegner desarrolló una prolífica carrera cuya cima es Angulo de reposo (1971). Protagonizada por un matrimonio de Nueva York y ambientada a mediados del siglo XIX, la novela describe las dificultades de toda una generación de pioneros en tierras aún sin civilizar. La obra ganó el premio Pulitzer en 1972, si bien la crítica no fue tan elocuente.
Basada en la correspondencia de la ilustradora estadounidense Mary Hallock Foote, Angulo de reposo rescata el encanto de los paisajes secos y el mundo masculino. La tarea le exigió proponer un nuevo concepto de belleza, desafío que jamás lo intimidó. Para apreciar el Oeste, dijo, "tienes que superar el color verde; debes dejar de asociar la belleza a los jardines; tienes que acostumbrarte a una escala inhumana".
Geografía de la esperanza
Sentado en una silla de ruedas y recién abandonado por su mujer, un historiador escribe una novela sobre su abuela, una ilustradora que dejó tras ella una sofisticada vida en Nueva York por seguir a su marido. También dejó numerosas cartas como testimonio de 25 duros años de matrimonio. Su pasión por el pasado se ve enfrentada al reproche de su hijo, quien no comprende la obsesión por una historia que, según él, es bastante aburrida. Porque las cartas de la abuela Ward no mienten: lejos de hallar aventuras, la pareja de pioneros encontró una seguidilla de desilusiones.
"No escribo sobre el Oeste, escribo sobre una cosa distinta. Un matrimonio, supongo. Lo que realmente me interesa es cómo dos partículas tan distintas pudieron unirse", explica Lyman a su hijo.
Y no le falta material para ilustrar esas diferencias. Porque mientras su abuelo Oliver fue un rudo hombre de trabajo, Susan era una mujer elegante y culta. Casi una caricatura en medio de ciudades polvorientas y construidas a la rápida.
A la espera de que su marido encuentre cómo hacerlos ricos, ella dibuja mineros, indios y capataces. También escribe crónicas sobre esas "tierras salvajes", las que luego envía a diversos periódicos del Este. Las cartas pronto darán cuenta de su extraordinaria habilidad para adaptarse a su nueva vida de caballos, casas a medio construir y paredes adornadas con rústicos mapas mineros.
Desde la dificultad de un parto hasta una sencilla comida cocinada al calor de una estufa, la novela describe la vida cotidiana en el Oeste; existencia que se debate entre los múltiples fracasos y pequeños triunfos de la pareja. Como el placer de Susan cada vez que escribe una carta mecida en una hamaca, mientras el viento sisea. O la alegría de inaugurar, en Navidad, una casa construida con las propias manos.
En medio de montañas, praderas y amplios cañones, los personajes se ven pequeños, vencidos ante su grandeza. Definido por Stegner como "la geografía de la esperanza", el Oeste y sus paisajes son protagonistas en la novela. Además de servir de escenario, ciudades como New Almadén, Santa Cruz y Leadville son testigos, casi animados, de la historia del joven matrimonio, marcada por la tentación de infidelidad, el sueño de tener un golpe de suerte y la constante amenaza de quedarse pobres.
La novela, que se mueve entre dos épocas, enfrenta a un hombre inmóvil en su silla y a una pareja errante. Alter ego de Stegner, Lyman comparte con el autor no sólo su apatía ante la juventud, sino también su respeto por el pasado y la nostalgia de un tiempo de soñadores. Aunque casi siempre fueran una tropa de ingenuos desheredados. En sus palabras: "Puedo mirar perfectamente en cualquier dirección haciendo girar la silla de ruedas, y escojo mirar hacia atrás. Esa es la única dirección de la que podemos aprender".
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