100 años de Weimar: las señales de debilitamiento democrático

Entre 1919 y 1933, Alemania estuvo regida por la llamada Constitución de Weimar, que instauró un régimen parlamentario garantizando libertades nunca antes vistas en territorio germano, como sufragio universal (incluida mujeres), tolerancia religiosa y e irrestrictas facilidades para la expresión política y cultural de los ciudadanos. Por estos días se conmemoran 100 años de su proclamación. El 11.2.1919, se proclamó Presidente al legendario socialdemócrata Friedrich Ebert; pocos meses más tarde entró en vigor la nueva Constitución.
Crisis y tendencias defectuosas de muchas democracias hoy obligan a echar una breve mirada a algunos aspectos de esta emblemática experiencia política. Esta logra condensar elementos extraordinariamente relevantes para el funcionamiento de las democracias modernas. Simboliza incapacidades y debilidades institucionales pero también la creación de un ambiente propicio para una vibrante vida cultural. Grandes ejemplos de esto último son la Bauhaus, la masificación de la industria cinematográfica, la explosión teatral vivida en Berlin y muchos otros.
¿Cómo fue posible que un régimen democrático tuviese debilidades tan graves y a la vez alentara una rica vida cultural? Explicaciones se encuentran en la conjunción de diversos factores que demuestran cómo en política nada es accidental, tal cual decía J.J. Linz, el gran politólogo alemán-español que estudió los colapsos democráticos.
El primero: Weimar era en aquella época un oasis de convivencia en un país asolado por la polarización y fuertes choques internos. He ahí la primera gran inconsistencia de Weimar, pues el ejercicio democrático debe ser relativamente regular en todo el territorio. Una brillante descripción de cuán distinta era la realidad local berlinesa, por ejemplo, se hace en la serie de Netflix, Babylon Berlin. La polarización es siempre un elemento ígneo capaz de tumbar una democracia.
Segundo: Weimar es producto de un acuerdo inédito, pero débil, entre católicos, socialdemócratas, liberales, algunos altos oficiales, un puñado de nobles de laicos y progresistas e incluso un pequeño segmento de conservadores que abrazaron la democracia (como Paul Hindenburg). Weimar demuestra que si la constelación dirigente es muy heterogénea, el quiebre sobrevendrá apenas se tricen las confianzas o no logre advertir signos desestabilizadores como le ocurrió con el llamado Golpe de la Cervecería de Munich (1922) promovido por Hitler, durante cuyo arresto escribe su libro Mi Lucha. Como lección, la atomización y las alianzas con egos patológicos son elementos metamórficos letales para una democracia. A este respecto, Linz escribe que los errores de cálculo no son infrecuentes y socavan las democracias.
Un tercer foco crítico es la falta de líneas diferenciadoras entre los facultades parlamentarias y presidenciales. Weimar no superó esta confusión y otras decisivas (incluso, pese a ser república, el país siguió denominándose imperio).
Cuarto: el desorden de las finanzas públicas ayuda al colapso.
Por último, los abusos de las llamadas leyes habilitantes, perfora la institucionalidad. En el caso de Weimar (Ermächtigungsgesetz) la del 24.3.1933 marcó su final. A Weimar, aquella vital y floreciente, pero débil, democracia, la reemplazó un régimen preocupado de la expansión militar y genocidios. Pero, como suele decirse, eso es parte de otra historia.
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