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18 de octubre: una dolorosa simetría

La violencia puede ser vista como un elemento más dentro de un gran escenario territorial donde también habitan ciudadanos bien intencionados, ilusionados y expectantes. Y así es. Pero como la tinta puede teñir un curso de agua cristalino, aislarla del cuadro es tan absurdo como negarse a diferenciar las partes del mismo.

19/10/2020. Mario Téllez / La Tercera MARIO TELLEZ

Un año después del 18 de octubre, la reaparición fatídica de la violencia establece una dolorosa simetría con el fenómeno del 2019. Una simetría que se acompaña por la misma incapacidad de adelantarse y hacerse cargo del fenómeno. Seguimos con las mismas discusiones, las mismas sorpresas, las mismas preguntas y las mismas estupefacciones. Seguimos también buscando culpables: culpables de la violencia, de los abusos, de la corrupción, de la mala gestión, de la ceguera, de las buenas intenciones, de lo políticamente correcto, de la falta de convicción, del materialismo, del individualismo, de la falta de confianza en las instituciones, de la pérdida de grupos intermedios, de la polarización, del populismo y un eterno etc. Y sinceramente creo que con sus más o con sus menos; culpables somos todos. Así, simplemente.

Y entonces, ¿qué hacemos? Damos todo por perdido y nos parapetamos en nuestra visión, o nos abrimos a ser persuadidos, dialogamos, generamos vínculos, ganamos y perdemos. La esperanza es hija de la confianza y restablecer estos vínculos es clave para toda construcción social. Si solo me vinculo con lo mío y los míos, es evidente que jamás podré cambiar la imagen de los otros y esos otros se establecerán como mis enemigos, con todas las dolorosas consecuencias que eso puede tener.

Como sociedad este profundo dolor debe obligarnos a repensar nuestra vida social y a cuestionarnos el rol que en ella debemos tener cada uno de nosotros. Estamos en un punto de quiebre, como tan maravillosamente escribe Tolstoi en la Muerte de Iván Ilich: “En ese preciso instante (…) vio la luz, y se le reveló que su vida no había sido la que había tenido que ser, pero que aun podía corregirla”.

Quizá la salida tenga que ver con cambiar el paradigma y aceptar que hoy los problemas son complejos y no pueden abordarse desde una sola óptica. Quizá la salida sea dejar de pensar que los que no piensan como yo, simplemente no entienden, no tienen la suficiente experiencia, o viven en un mundo naif y no han conocido el caos o el dolor. Quizá la salida sea aceptar que el cambio es parte de la vida humana y que el dolor también lo es. Confío plenamente que, juntos, podemos corregir y reconstruir nuestra ruta, sin embargo la simetría entre ambos octubres nos obliga a cuestionarnos. La violencia puede ser vista como un elemento más dentro de un gran escenario territorial donde también habitan ciudadanos bien intencionados, ilusionados y expectantes. Y así es. Pero como la tinta puede teñir un curso de agua cristalino, aislarla del cuadro es tan absurdo como negarse a diferenciar las partes del mismo.

Teóricamente podemos aislar las variables pero en la práctica no, porque las “sensaciones” invaden y si bien los grupos violentistas escapan, en muchos casos, de los cauces de la política, la afectan directamente. En este orden de cosas una escalada de este tipo puede no solo complejizar el plebiscito del 25 de octubre, sino presionar indebidamente un proceso constituyente que por su naturaleza debe desarrollarse sin presiones externas, sin funas, sin malos tratos, sin fuerzas que operen desde lugares que están fuera del control político.

En este análisis no basta con condenar la violencia, es necesario ir mucho más allá. Desde ese lugar más de alguno podrá ser acusado de boicotear y no de construir y esto no es irrelevante.

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