
Adiós a Misha, el hombre de la mancha

Por Hellmut Lagos Koller, diplomático de carrera especializado en diplomacia multilateral y desarme humanitario.
El reciente fallecimiento de Mijail Gorbachov constituye una oportunidad para evaluar el impacto histórico de una de las figuras políticas más influyentes del siglo XX. Al respecto, los historiadores seguirán debatiendo sobre su legado político, con diversas interpretaciones. Muchos reconocen su visión innovadora y especialmente su propuesta de introducir una mayor transparencia (Glasnost) e impulsar una reestructuración (Perestroika) en el anquilosado sistema soviético. Sin embargo, muchos otros analistas, especialmente en su Rusia natal, han sido enfáticos en criticar su incapacidad de mantener el control sobre el proceso que gatilló, lo cual condujo a la disolución del estado que estaba tratando de reformar.
Seguramente estas diferencias en la apreciación de su obra política se mantendrán en el futuro, pero respecto de lo que no pueden existir dos opiniones es sobre su relevancia histórica y su rol en el término de la guerra fría.
El surgimiento de la figura de Gorbachov a mediados de los años ochenta representó un recambio generacional en la gerontocracia soviética. El enérgico y carismático dirigente, proveniente de una familia de campesinos de la región caucásica de Stavropol, empezó a llamar la atención en los servicios de inteligencia de las potencias occidentales, antes de asumir la jefatura del gobierno.
En ese contexto, encabezó una delegación al Reino Unido, oportunidad en la cual conoció, y en gran medida, cautivó, a la Primera Ministra Margaret Thatcher, quien quedó impresionada con su estilo jovial y franco que contrastaba con la rigidez de la vieja guardia soviética. Ese primer encuentro resultó determinante para consolidar los vínculos del nuevo líder soviético con sus adversarios occidentales, y muy especialmente con el Presidente Ronald Reagan con quien sostuvo una serie de reuniones en las cuales se lograron acuerdos que han tenido un impacto fundamental en el orden mundial. La particular química que se produjo entre ambos líderes sorprendió a muchos. Por un lado, un dirigente soviético que invocaba a Lenin para impulsar un programa de reformas cuyo fin declarado era lograr alcanzar todo el potencial del socialismo. La contraparte era un ex actor de películas de vaqueros que había llegado a la Presidencia enarbolando valores conservadores y quien había denunciado a la Unión Soviética como el Imperio del Mal. Sin embargo, a pesar de estos antecedentes poco esperanzadores, y los fuertes prejuicios que tenía cada uno respecto del otro, ambos líderes compartían un estilo espontáneo y directo, lo cual permitió desde el inicio establecer una relación de creciente confianza que derivó en lo que muchos consideran una genuina amistad. Pero más allá de estos rasgos personales, ambos líderes compartían una profunda preocupación por los riesgos de un enfrentamiento nuclear. Al respecto es útil recordar que a mediados de los años 80 existían sobre 64 mil ojivas nucleares en los arsenales militares, de las cuales la gran mayoría estaban en poder de la Unión Soviética y de Estados Unidos.

En el caso de Reagan, quizás el impacto por la creciente alerta en los medios occidentales por el riesgo de una guerra nuclear, reflejada en la película El Día Después del año 1983, lo motivaron a trabajar en acuerdos bilaterales de reducciones de armas nucleares. Por el lado del jerarca soviético, el recuerdo de los dramáticos sufrimientos de la segunda guerra mundial, la necesidad urgente de asignar recursos para enfrentar los desafíos de la crisis económica, y posteriormente, los horrores provocados por el accidente nuclear de Chernóbil, lo deben haber convencido de la necesidad prioritaria de reducir los gastos en defensa y disminuir la amenaza nuclear.
En esas circunstancias tuvo lugar la primera cumbre entre ambos líderes en Ginebra a finales de 1985. Esa primera reunión abrió las esperanzas de lograr acuerdos para avanzar de manera concreta y significativa en el ámbito del desarme nuclear, lo cual se vio reflejado en la frase “Una guerra nuclear no puede ser ganada ni debe ser librada jamás”. Esta sentencia se mantiene vigente y descarta cualquier posibilidad de sostener una guerra nuclear limitada.
Más allá de sus errores y eventuales fracasos, la valentía y el compromiso de Gorbachov con la construcción de la paz seguirán inspirando a todas aquellas personas que creen que no solamente es posible, sino que resulta imprescindible promover los diálogos multilaterales y bilaterales para lograr un mundo más seguro y pacífico. Esta conclusión permite mantener la esperanza para perseverar en los esfuerzos diplomáticos, y adquiere una relevancia especial en el difícil contexto geopolítico actual.
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