
Alguien viene a cenar esta noche, o sobre la visita de Gabriel Boric a Ricardo Lagos

Por Modesto Gayo, académico Escuela de Sociología UDP
La aparentemente ya extinta Concertación de Partidos por la Democracia, un sabio e ineludible invento chileno para salir de la edad oscura militarizada con la que se fue terminando, parafraseando e invirtiendo las palabras de Eric Hobsbawm, el largo siglo XX del país, dedicó sus más valiosos esfuerzos a animar y conducir una transición a la democracia que fue al menos tan prolongada como las luchas para su conquista.
Anti allendistas como Patricio Aylwin Azócar, herederos como Eduardo Frei Ruiz-Tagle y figuras emergentes de las clases medias meso-propietarias y educadas como Ricardo Lagos Escobar consumieron su capital político para convertir a partidos como la Democracia Cristiana, el Partido por la Democracia y el Partido Socialista en vanguardia de políticas reformistas que alumbraron a una nación trizada por profundas grietas de desacuerdo. Gobernar “en la medida de lo posible” era un imperativo, mucho más que un desiderátum, del que se comenzó a despegar hacia el primer gobierno de Michelle Bachelet, con la dictadura ya más distante y unas Fuerzas Armadas sintonizadas finalmente con un futuro liberal irrevocable.
El Frente Amplio (FA) nació justamente a partir de esta historia, como una crítica a las políticas de la Concertación. Para qué recordar epítetos, pancartas, soflamas, bailes internacionalizados y aspavientos en La Alameda santiaguina. Matar al padre, o más bien al padrastro, desconocer sus méritos democráticos y confundirlos con el espíritu de la autocracia fueron tesis que recorrieron el espacio político con la urgencia de un cambio imprescindible. Los frenteamplistas se volcaron a las movilizaciones para confundirse con las masas que recorrían las calles al son de tambores y proclamas, en medio de un ambiente color a humo de barricada y olor a lacrimógena.
A falta de haber existido una genuina transición a la democracia, el FA se presentó con vocación de hacer realidad lo prometido varias décadas atrás. No obstante, por el camino se dejaron varios argumentos referidos a hechos también incontrovertibles. Primero, prácticamente ninguno de ellos o ellas estuvo presente en las luchas sangrientas que promovieron la transformación del régimen pinochetista, lo que hubiese recuperado el valor de la política y los políticos del momento. En segundo lugar, omitieron, lo que en su defecto es una negación, su origen de clase, lo que llevaría a muchos de ellos al deber de reconocer no sólo su herencia por ser hijos de altos cargos concertacionistas, sino su propia procedencia en la estructura social chilena. En este sentido, el FA es una máquina de reproducción de elites o clases acomodadas progresistas. En tercer lugar, nunca pensaron en superar en profundidad las políticas concertacionistas. Y esto es más grave que la afirmación misma. En realidad, nunca tuvieron más plan o compromiso político e ideológico que acercarse a la mayoría de la centroizquierda del momento, leyendo las causas que irrumpían en las calles y al ritmo de sus cambios o la contingencia, el ya famoso, y con alta probabilidad finalmente infame, “estamos aprendiendo”. Leyéndolo más finamente, no hay nada que no podamos cambiar si nos conviene. Al respecto, basta con recordar las críticas amargas por los altos salarios pagados a los parlamentarios y altos funcionarios públicos, de lo que hoy no quedan ni rescoldos fríos.
Los movimientos de Gabriel Boric y muchos de sus adláteres desde el “acuerdo por la paz”, no hacen más que mostrar a un político acomodaticio que sortea los obstáculos vacíos de contenido y lleno de estrategias de adaptación. Es por ello mismo que es difícil hablar de “boricianismo”, pues importan mucho más las formas y los gestos que el contenido. Es una política en la que nunca se sabe lo que puede ocurrir con los compromisos del mañana, carente de fuerza si no son el medio para conseguir un nuevo espacio de poder.
La visita al expresidente Ricardo Lagos es una nueva vuelta de tuerca, yendo a la casa ajena, apedreada tantas veces, para vestirse con sus ropas, una vez que el líder concertacionista dijo no a la extraña, sino torcida, invitación de la Convención Constitucional. Es en este momento histórico, el que Gabriel Boric trata de apropiarse como asunto personal con palabras como “casa para todos” y “República”, cuando muestra más que nunca las carencias y fragilidad programáticas. Precisamente por ello, devino central en su gobierno la aprobación del nuevo texto constitucional, de tal modo de dotar de un contenido político la agenda de los años venideros, la que únicamente deberá bendecir, para bañarse de mayorías, y a la cual sólo corresponderá dar continuidad, para compensar la falta de ideas y compromiso real. El poder por el poder. Así, vestirse de Concertación es hoy únicamente un paso más en su camino. Mañana el momento dictará los nuevos derroteros.
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