Columna de Manuel Ortiz: Baja fecundidad e implicancias

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Según datos reportados recientemente por el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), utilizando el período de información 2020, las mujeres tendrán, en promedio, solo 1,3 hijos o hijas al finalizar su vida fértil (15-49 años). Esta situación, que sigue la tendencia de las últimas décadas, ubica a Chile como el país con la fecundidad más baja de América Latina y el Caribe, muy por debajo de Bolivia, Perú y Argentina, y relativamente cerca de Uruguay y Brasil.

Al analizar las diferencias entre regiones, las tasas de fecundidad más altas se presentan en la macrozona norte, probablemente por la inmigración de personas desde países con otros patrones reproductivos, como es el caso de Venezuela que presenta una fecundidad de 2,2 hijos por mujer. En tanto, la región Metropolitana presentó la menor fecundidad (sólo 1,2 hijos por mujer), posiblemente asociado al mayor desarrollo socioeconómico, que otorga mejores oportunidades académicas y laborales para las mujeres, impactando en sus proyecciones familiares.

El perfil actual de la mujer en Chile puede estar relacionado a tres factores que se asocian al descenso de la fecundidad: 1) postergar la edad de inicio de la maternidad; 2) elegir un número pequeño de hijos como proyecto de familia; y 3) decidir no tener hijos. Este último punto, que puede parecer poco frecuente, es un factor por considerar, pues va en aumento y, según datos de la última Encuesta Nacional de Salud (2017), una de cada diez mujeres de 40 a 44 años refirió nunca haber cursado un embarazo, similar a lo observado en países desarrollados.

Además de las implicancias sociales, es muy importante informar a las mujeres que desean tener hijos, que postergar el inicio de la maternidad puede conllevar riesgos reproductivos propios de una edad materna avanzada (infertilidad, abortos, embarazos patológicos, entre otros), derivando en un efecto acumulativo de otros riesgos para la salud; por ejemplo, riesgos cardiovasculares como el sobrepeso y la obesidad, entre otros, por lo que la decisión de postergar debe ir acompañada de estilos de vida saludables, autocuidado y una adecuada preparación preconcepcional.

Sin lugar a dudas, estamos frente a un fenómeno inevitable, que por un lado afecta negativamente el crecimiento de la población, pero, por otro, refleja una mayor igualdad entre mujeres y hombres. El desafío es lograr políticas públicas que fomenten la protección de la maternidad, evitando que su inicio esté condicionado por factores académicos o laborales, y que, a la vez, permita una decisión informada para que las personas puedan proyectar libremente la familia que desean.

Por Manuel Ortiz, académico Escuela de Obstetricia, U. San Sebastián

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