Bicameralismo y sistema presidencial
Por Mauricio Morales, académico Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales Universidad de Talca
A veces el exceso de creatividad nos juega malas pasadas. No son pocos quienes en la Convención Constitucional abogan por un avance desde un sistema presidencial a otro semi-presidencial, y de un Congreso bicameral a otro unicameral. Al parecer, está instalada la sensación de que sea como sea el diseño institucional de Chile debe cambiar, pero sin entregar suficientes razones para promover dichos cambios.
Existen argumentos a favor del unicameralismo y del bicameralismo. El unicameralismo, para algunos, brindaría mayor rapidez y eficiencia al proceso legislativo. Además, ahí quedarían reflejadas las mayorías políticas y, más importante aún, implicaría un ahorro fiscal dado que no existiría el Senado. El bicameralismo, en tanto, y a diferencia de los congresos unicamerales, generaría un retraso en la aprobación de los proyectos de ley, promovería una representación dual y conflictiva entre ambas cámaras, y existirían legisladores de primer y segundo orden.
¿Tiene sentido avanzar desde el bicameralismo al unicameralismo en Chile? Sostengo que no. Daré tres argumentos. En primer lugar, la representación dual debe ser interpretada como una fortaleza del Congreso y no como una debilidad. Mientras los diputados ejercen una representación política, los senadores ejercen una representación territorial. En la práctica, los congresos bicamerales contribuyen a desconcentrar el poder, cuestión que no se cumple en los congresos unicamerales. En segundo lugar, esta desconcentración del poder sumada a la representación territorial que ejercen los senadores, favorece dinámicas de descentralización. La región de Arica y Parinacota en un Congreso unicameral tendría solo tres representantes, mientras que en un Congreso bicameral, esa representación aumenta a cinco, siendo los senadores los encargados de representar más fielmente los intereses territoriales. En tercer lugar, no han sido pocos los proyectos de ley que salen de la Cámara y que son corregidos o enmendados en el Senado, convirtiéndose así en un poder de contrapeso frente a una Cámara que, muchas veces, aprueba proyectos de mala calidad.
Por cierto, en este debate se ha descuidado algo elemental: la calidad de los partidos políticos. En las condiciones actuales, no hay ningún sistema político -presidencial, semi-presidencial o parlamentario- y ningún diseño legislativo -unicameral o bicameral- que garantice un mejor desempeño de los representantes. En consecuencia, cualquier discusión sobre el diseño institucional de Chile debiese partir más por lo segundo que por lo primero. Con partidos debilitados y de escaso arraigo territorial, una propuesta sobre un nuevo sistema político para Chile deja de tener sentido. Con 27 partidos en competencia para las elecciones de noviembre y con una ley que establece bajísimas barreras de entrada para formar partidos, no resulta muy aconsejable modificar de manera tan significativa el sistema político. A veces es mucho mejor iniciar un proceso de reformas menos rimbombante en lugar de pelearse por entregar la propuesta más revolucionaria. Hoy por hoy, y mientras no existan argumentos convincentes, la combinación entre presidencialismo y bicameralismo simplemente no tiene competencia, sin perjuicio de que podamos discutir sobre las atribuciones de la Cámara y del Senado avanzando, por ejemplo, a un bicameralismo asimétrico.
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