Boric, un peligro para las mujeres
La bandera “feminista” con que adornó la llegada del Presidente Boric hoy no es más que un trapo desteñido. La prueba más reciente la dio el subsecretario Orellana, denunciado por una diputada de su propia coalición, por hostigamiento y amenazas amparadas en la Ley Karin. Tras la denuncia, Orellana dejó de asistir al Congreso “para no entorpecer”, mientras la ministra de la Mujer se declaró en silencio administrativo: ni respaldo público a la parlamentaria ni disculpa institucional. Así opera el “feminismo selectivo”: si el agresor milita en casa, las banderas violetas se guardan en el cajón y se baja la voz.
El caso no fue una excepción, sino la ilustración más nítida de una regla que ya parece maldición. En la víspera del Día de la Mujer de 2023, el ministro de Educación increpó a gritos a una diputada hasta hacerla abandonar la Sala para recibir atención médica. La reacción oficial siguió un libreto conocido: minimizar el hecho, culpar a la oposición de “persecución” y continuar recitando lemas de igualdad. Feminismo de cartón: mucha consigna, cero convicción.
En los pasillos de distintas reparticiones el panorama resulta todavía más turbio. Una funcionaria obtuvo una indemnización tras denunciar acoso sexual y despido retaliatorio; en el Ministerio de la Mujer se investigó a la jefa de gabinete de la propia ministra por maltrato laboral; y los ministerios de Salud y Educación encabezan el ranking de sumarios y denuncias por acoso. Un “ejemplo” que predica con la palabra y tropieza con el acto.
Para coronar la cadena, el símbolo del abuso es Manuel Monsalve. El exsubsecretario del Interior —llamado a velar por la seguridad de las mujeres del país— pasó seis meses en la cárcel, formalizado por violación y abuso sexual contra una asesora. Hoy descansa bajo arresto domiciliario, cerca de la playa, mientras el gobierno niega la licencia médica a la víctima, esa misma a la que se comprometieron a resguardar. La ecuación es descarnada: privilegios para el acusado, burocracia para la sobreviviente.
Mientras los edificios públicos se visten de violeta en efemérides y ceremonias, la realidad laboral de las chilenas continúa retrocediendo sin pausa. La desocupación femenina escaló a 10,1 %, el peor registro en años recientes. Detrás del porcentaje hay nombres y rostros concretos: madres que dejaron de buscar trabajo, empleadas despedidas por cierres de pymes, jóvenes que alargan estudios porque no consiguen ninguna oferta laboral digna. La gran promesa para revertir esa brecha, la sala cuna universal, lleva cinco años empantanada entre comisiones, mesas técnicas y versiones “sustitutivas” que nunca llegan al hemiciclo. Resulta irónico: el mismo gobierno que predica sororidad y empoderamiento no ha logrado aprobar el derecho básico para que una madre pueda trabajar sin hipotecar su sueldo en un jardín improvisado. Entre tanto papel timbrado y frase bonita, la urgencia cotidiana de las mujeres sigue en lista de espera, igual que las millones que hacen fila por una atención de salud.
Al desempleo se suma un miedo cada día más palpable. 1.207 víctimas en 2024 y, cuando Boric entregue la banda, lo hará con el triste récord de haber encabezado el gobierno más sangriento de la historia reciente. Cada estadística esconde relatos de mujeres baleadas en la puerta de su casa, asesinadas en asaltos o víctimas de femicidio que el Estado no previno. Son las mismas mujeres que ya no pueden salir tranquilas a estudiar ni a trabajar; las mismas que cada noche se encomiendan al trasladarse hasta su hogar para no ser violadas o asesinadas antes de llegar.
Aún resuenan las promesas y los slogans de la campaña presidencial: “Si la derecha triunfa, las mujeres retrocederán medio siglo”. Aquella era la maquinaria del miedo: pañuelos al viento, performances coreografiadas y acusaciones imaginarias de retrocesos. Cuatro años después, la foto fija es un subsecretario hostigador, un ministro gritón, acuerdos millonarios para silenciar acosos, el sheriff de la seguridad procesado por violación, la desocupación femenina disparada, las salas cuna atascadas y un récord histórico de homicidios.
Jamás un gobierno que se autoproclamó feminista causó tanto daño a las mujeres. Las coreografías de Las Tesis se apagaron, la ministra Orellana desapareció y las esperanzas naufragaron entre expedientes y excusas. Nos quisieron vender temor señalando a otros como amenaza; resultó que el mayor peligro habitaba, desde el primer día, en el Palacio Presidencial. Para que no lo olviden en la próxima campaña cuando repitan, impúdicamente, ni una menos.
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