Opinión

Candidaturas hobbesianas

Ante la contienda presidencial del mes de noviembre, la seguridad ha devenido un significante metaestable. La reducción de lo político a un tiempo securitario, se explicaría por una cotidianeidad de vandalismos y crímenes organizados que han impulsado la creación del nuevo “Ministerio de Seguridad Pública”. Sin perjuicio de admitir la gravedad de los sucesos, y la inminente gestión de riesgos, cabe consignar aspectos que no se agotan en punitivos localismos del sur. Aunque el consenso es un hito fundamental para establecer un nuevo “pacto social”, proveer gobernabilidad, la seguridad ha sido ungida como el gran recurso tecno-estético de la clase política, para corregir problemas institucionales y blindar la legitimidad estatal.

En un paisaje de servidores ¿existe un escudo protector -técnica- ante la algoritmización del mundo? Si la modernización no anuda los fenómenos ciudadanos (vulnerabilidad de la subjetividad), las nuevas formas de conflictividad agravan los sucesos de violencia. Ante la nueva infraestructura global de la información, la proliferación de monopolios intelectuales como monetarización tecnológica, big data e inteligencia artificial, son tendencias (emergentes o yuxtapuestas), y brechas del “capitalismo de nubes” (Amazon.com) que transforman las “formas de vida” con relativa prescindencia de las decisiones político- democráticas. Qué duda cabe, tras la caída del “capitalismo punto.com” (años 90’ y primera década del XXI), la seguridad es una dimensión fundamental de un mundo de plataformas, pero qué significaciones -grandes relatos- informan las candidaturas en desarrollo. El paisaje digital agota los ciclos epocales -actualidad- e irrumpe una mitopolítica del riesgo, donde campea una tardía modernidad tecno-instrumental. Y aunque El Leviatán, la gran máquina de máquinas, nunca nos deja de mirar, no se gobierna sin una “mínima seducción discursiva” -sin erotizar tímpanos- alojando todo el problema en un recetario represivo, sino en habitar la vida cotidiana, repensando la homologación entre seguridad y políticas de desarrollo. En nuestro paisaje todo está remitido a “clivajes de enemización”. Hay que sopesar tales procesos, en sus diversos territorios, a saber, expectativas, tipos de liderazgo, diversas formas de violencia (Bullying, homofobia), subjetividades beligerantes, rutinas de sociabilidad, autogobierno, límites entre seguridad y libertad. Por fin, cuáles serán los efectos que implica militarizar el campo social.

Si el nuevo orden se agota en una zona reactiva, amén que la evidencian así lo señale, irrumpe un progresismo sin vibratum que agudiza la imaginación del desastre. El caso de la candidata Carolina Tohá -sin negar su credencial democrática- no ha logrado salivar una “imagen Bacheletista”, como dimensión libidinal de “lo político”, sino su intenso apego al Ministerio de Seguridad y un centrismo modernizador. Pese a lo anterior, y apelando a Socialismo Democrático, Tohá ha desplegado con elocuencia una hermeneútica política, propia de una mujer de Estado, donde la seguridad y la unidad nacional, representan un proyecto que va más allá de un “gobierno de necesidades y excepciones”. Esto último en alusión a los rituales oscilantes del Frente Amplio. Tampoco es posible obviar las inevitables oscilaciones de Evelyn Matthei entre progresismos heteróclitos (aliancismos del romanticismo transicional) y votos duros, donde JAK, y la virulencia de Kaiser, no abrazan audiencias centristas, sino pulsiones securitarias. Las fuerzas del progresismo no pueden congregar una rabia erotizada en una dirección transformadora. Para evitar los sufrimientos, la decisión dadivosa ha convenido un nuevo movimiento civilizatorio centrado en los bullados “mínimos”, a saber, el consensualismo transicional, que en, tiempos, de la Concertación tenía sintonía -más alá de lo conosureño- con la aceleración de los mercados mundiales. Contra lo previsto, una “kastización sin kast”, como ecología narrativa del caso chileno, parece tensionar la hegemonía de “Chile Vamos” en el juego de las derechas y facilitar el “expediente gramsciano” de un nuevo extremo programático de las derechas, que no puede integrar las tendencias dislocadas del capitalismo de plataformas. Tras el 2019, Kast no fue, ni será un populista-outsider, sino un lector conservador del irrefrenable desfonde de legitimidad institucional. Incluso si hoy deviene en un candidato fatigado, cosa que podría ocurrir, y Johannes Kaiser (“outsider”) mantiene el impulso climático, ello ha sido posible al interior del kastismo -no solo de evangélicos- sino de los grupos medios -Republicanos- en “consonancia” con inciertos efectos del “capital de nubes” (Varoufakis, 2024). En la diada Kast & Kaiser, amén que fuera Kaiser el candidato, se juega una cuestión tan fundamental como esotérica, a saber, cuál será el derrotero (texto, fondo, sustrato) de aquí en más de la derecha. El voto espontaneo celebra el cierre de fronteras, evitar el alza de impuestos y cesar la deliberación del SII. Por fin, aumentar la capacidad carcelaria.

La cita progresista no ha puesto el debido énfasis en la producción de certidumbre, pues no sólo responde al votante pulsional que miden las encuestas, sino también a la gobernabilidad en medio de flujos de temporalidades tecno-digitales que dispensan incertidumbre. Un líder seguro es autoridad, y la disposición de diálogo con otras corrientes. No sólo se trata de líderes carismáticos. Tal respuesta programática está lejos de responderse en el centrismo transicional de Matthei, sino en un nuevo extremo de fusiones partisanas, K & K.

La obstinación progresista -dicho velozmente- fue la sumisión a la seguridad, porque en su mito se nutre de la propia inseguridad que la reproduce. Si la seguridad resolviera estas materias, no tendría lugar el bullado estatuto que ha adquirido desde los años 90’. En efecto, desde Paz Ciudadana, hasta Tolerancia Cero, los procesos antropo-técnicos no higienizan el campo social. El crimen organizado implica asumir no solo la crisis del sistema político, sino también los aparatos de Estado en su legitimidad y persistir en mecanismos de mérito, profesionalización de las policías, y tecnologías preventivas de investigación. La técnica pretende subordinar el “campo político” y ficciona una instancia autónoma que aparta a los sujetos, a saber: el sujeto queda suspendido en la impredecibilidad de la técnica.

Por fin, en sus flujos de temporalidad el capitalismo algorítmico provee abundante incertidumbre. La clase política no ha dado cuenta de tales relaciones.

Por Dr. Mauro Salazar J., UFRO-La Sapienza.

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