
Chinos y mapuches

El ataque a la central hidroeléctrica Rucalhue, propiedad de capitales chinos, terminó con 50 camiones quemados y con el gobierno, compuesto en buena medida por políticos que ayer defendían que quemar viva a una pareja de agricultores no era terrorismo, gritando ese concepto a los cuatro vientos. El ministro de Seguridad, Luis Cordero, estaba a las pocas horas del incidente recorriendo la zona en compañía del embajador chino, Niu Qingbao. En tanto, el lonco Segundo Suárez, de la comunidad Malla Malla, que había afirmado que “todo vale” contra la central, protestaba afuera de la embajada asiática esperando que el aparato comunicacional indigenista los intimidara. Pero no fue así: al otro día Niu apareció en la prensa exigiendo “castigo severo” para los responsables, además de garantías de seguridad.
De este modo, mientras Gonzalo Winter apunta al voto de los comuneros de Narnia regurgitando la “autonomía indígena”, una de las dos potencias económicas mundiales está presionando al gobierno para clausurar definitivamente el show. Pero no es claro que China sepa cómo hacerlo.
La importante diversidad étnica y cultural dentro de su territorio siempre ha sido un problema para el Partido Comunista Chino. Si bien más del 90% de la población pertenece al grupo étnico Han, hay 55 otras etnias que abarcan, en conjunto, más de 100 millones de personas. Esto, sin mencionar la diversidad religiosa. En un principio, bajo la influencia soviética, los comunistas enfrentaron esta realidad desde un esquema desarrollista propio del marxismo occidental. Se toleraba cierta diversidad local, pero se apuntaba a una sociedad sin clases ni diferencias entre sus miembros. Lo nacional quedaba, igual que en la URSS, entrelazado con la ideología del partido. La Revolución Cultural representa una exasperación frente al lento avance de la homogeneidad. En vez de tolerar las diferencias esperando que el progreso hiciera lo suyo, el Estado desata una brutal campaña para erradicarlas.
Dada la apertura hacia Estados Unidos y el capitalismo, la China después de Mao gira hacia el imaginario de una democracia de consumidores e integración de las diferencias. El Singapur multiétnico de Lee Kuan Yew mostraba el camino. El punto negro dentro de esta estrategia era, por cierto, la compleja situación en el Tíbet, que tuvo su fama noventera. Sin embargo, para las Olimpíadas de Beijing del 2008, el régimen se sentía cómodo desplegando elementos de su diversidad cultural para la ceremonia inaugural.
Luego de eso el ideal multicultural se vino abajo. En parte porque las minorías usaron el margen para resistir: el caso más grave fueron los disturbios liderados por uigures en la región de Xinjiang el 2009. Pero, también, porque la democracia de consumidores, con su fuerte mensaje de libertad individual, parecía estar horadando la obediencia al partido y la sumisión ideológica en general. De ahí el giro nacionalista, colectivista y confuciano impulsado por Xi Jinping desde el 2012, el cual hoy vuelve a ser movilizado a propósito de la guerra comercial con Estados Unidos. En cuanto al trato con los uigures, basta ver el informe emitido por Bachelet desde su puesto en la ONU el 2022, rechazado por China, donde habla de “serias violaciones a los derechos humanos”. También es muy revelador el reportaje de 2018 de John Sudworth, de la BBC, sobre los campos de reeducación.
En Chile estamos recién comenzando a desencantarnos de la fantasía multicultural, que terminó auspiciando el terrorismo, el narcotráfico y el activismo político camuflado, además de buena parte de la permisología, pero todavía no sabemos cuál será el próximo paso. El fracaso de ambos procesos constitucionales terminó apuntando hacia un camino intermedio entre la plurinacionalidad y la homogeneidad nacional, aunque esta segunda vía sigue ganando fuerza por la crisis migratoria y el abuso octubrista del activismo indígena. El esfuerzo de la Comisión para la Paz y el Entendimiento, cuyo informe recién conoceremos esta semana, a pesar de la polémica ya desatada, intenta visualizar ese estrecho camino. Quizás observarnos en el espejo chino nos ayude a tomarle el peso a la complejidad de las opciones que enfrentamos.
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