Columna de Ascanio Cavallo: La paradoja del mentiroso

Foto: Mario Téllez / La Tercera


La polémica suscitada por las declaraciones de la presidenta del PPD, Natalia Piergentili, derivó en una reyerta por los barrios bajos de la política, pero no es ni con mucho una disputa pueril. No se trata de que las palabras hayan sido inadecuadas, como dijo Piergentili en sus inadecuadas disculpas posteriores. No existe tal cosa como un lenguaje desprendido del pensamiento. Tampoco es que se tratase de lapsus linguae, que el psicoanálisis pudiese atribuir a un deseo desplazado.

Nada de eso. Piergentili detonó una carga explosiva cuyos cables atraviesan todo el espectro de la izquierda, desde la más moderada hasta la más radical, con especial crudeza desde el 7 de mayo, pero con un tejido previo que se inicia a lo menos el 4 de septiembre del año pasado. Hay que decir “a lo menos”, porque es probable que los problemas se arrastren desde aún antes; por ejemplo, desde la elección de la Convención Constitucional, cuando la izquierda institucional fue desplazada por fuerzas anómicas, contrahegemónicas, identitarias, contraculturales o como quiera que se les quiera llamar. Otra cosa es que la izquierda haya sido condescendiente con ellas. El hecho simple es que ya estaba desplazada.

Y ahora resulta que, desde el plebiscito del año pasado, la izquierda se ha visto reducida a menos de un tercio del electorado. En esa situación llegará al cuerpo colegiado más importante de este período, el Consejo Constitucional. No había vivido en ese estado desde los años 60. El oficialismo, con razón, prefirió encerrarse en un nuevo “cónclave”, un gesto que por sí mismo llamaba a lavar la ropa dentro de la casa.

Así es que Piergentili no dijo nada banal; sólo se salió del fregadero. En verdad, dio expresión pública al debate que se lleva en privado sobre las causas de la derrota. El alcalde Daniel Jadue la dio sobre las consecuencias, al ridiculizar el trabajo de la Comisión Experta. Jadue había adelantado una opinión sobre las causas cuando estimó, con soltura y sin disculpas, que el resultado del plebiscito de septiembre se produjo debido a una “trampa”, que fue la introducción del voto obligatorio.

Campea en distintos segmentos de la izquierda la idea de que las causas del triunfo del Partido Republicano el 7 de mayo son complejas, difíciles de explicar, mientras que las del “estallido” de octubre del 2019 son perfectamente claras, fáciles de explicar. La comparten muchos, a pesar de que bordea la paradoja del mentiroso (“todos los cretenses siempre mienten”…). Si la política del país ha vivido de sorpresa en sorpresa por casi cuatro años, no será por lo fácil y difícil, sino porque, al revés, no hay una interpretación comprehensiva para todo el período.

Y todavía no se puede dar por cerrado. Lo que los partidos políticos de izquierda y especialmente los que hoy se agrupan en el Socialismo Democrático estimaron que sería una solución a la crisis institucional del 2019 el cambio de la misma Constitución profundamente reformada por el Presidente Lagos en el 2005. Como solución, esta idea ha estado sucesivamente en duda: primero, por la excéntrica configuración de la Convención Constitucional; luego, por el amplio rechazo en el plebiscito de septiembre; más tarde, por el triunfo del Partido Republicano (contrario a la reforma), y ahora, por el desarrollo de un Consejo Constitucional cuyo trabajo final será sometido a plebiscito en diciembre.

No es impensable que en ese plebiscito vuelva a triunfar el rechazo. ¿Cuál sería su significado en ese caso? ¿Que el cambio constitucional perdió su momento de posibilidad? ¿O que al país asediado por otras urgencias le dejó de interesar esta especiosa discusión? ¿O que tal cambio nunca fue una respuesta al heteróclito conjunto de protestas del 2019?

El ánimo implícito en el proceso que se desarrolla en estos meses es que esto no suceda. Sería una catástrofe conceptual, que nadie parece desear: significaría que no sólo se equivocó la izquierda, sino también la derecha, que no llegó a instalar una interpretación autónoma sobre los sucesos del 2019. Dados los desacuerdos fundamentales entre las fuerzas políticas, el único camino para evitar ese desastre parece ser el de pasar las discrepancias al Congreso y producir, al fin, un texto escueto, esencialista, que regule lo mínimo. Pero esto no es lo que ha querido la izquierda. ¿No seguirá insistiendo en otra reforma después de la reforma?

Y entonces, ¿qué tipo de pulsión revela esto? Natalia Piergentili dijo que seguir obedeciendo a los grupos de interés, identitarios, sectarios por naturaleza, sería profundizar la derrota. Jadue preparó el terreno para desvincularse del texto constitucional, aun contra la opinión más institucional del Partido Comunista. Piergentili clama por la ampliación del radio de los partidos; Jadue apunta a quitar el protagonismo a los partidos.

Es un lío, ¿no? La izquierda está en un lío. Hace tiempo, claro. Pero es que hace tiempo que no ha querido admitirlo.

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