Columna de Carlos Meléndez: Ni se acerca a lo que simplemente soñé



El faro que alumbra las grandes alamedas por las que transita el pueblo progresista se ha quedado sin luz. El proceso constituyente ha tenido un serio revés, no solo para los sueños de la nueva izquierda local, sino también para la regional. En América Latina, quizás no haya otro proyecto más serio de izquierda democrática que la chilena. En el mapa continental de izquierdas autoritarias y violadoras a los derechos humanos (castrista, chavista y orteguista), de caudillismos autoritarios (el MAS de Evo, el correísmo), o de golpistas frustrados (el castillismo en Perú), de corruptelas (el PT de Brasil, el kirchnerismo argentino), la izquierda chilena es casi un oasis (conjuntamente con la uruguaya). El Presidente Gabriel Boric, con verso revolucionario, pero más cerca de la poesía que de la arenga, decidió ponerse en el plano histórico interrumpido hace cincuenta años, con la posibilidad de reivindicar tanta muerte, persecución y destierro injustos. Él y la generación que le acompaña, encarnan para Chile y el continente (extendidos globalmente vía portadas en Times y The Guardian) una izquierda progresista en valores, feminista, sensible a los cambios ambientales, empoderadora de minorías y luchadora por mayor justicia social. Hoy esa izquierda depende de la derecha tradicional -a la que hasta hace poco la acusaba de violaciones a los derechos humanos y a la que intentaba destituir del poder-, para que funja de puente con aquella derecha más lejana que reivindica la otra parte de la historia: el legado del pinochetismo y el conservadurismo ultramontano.

Las constituciones conducidas por la izquierda latinoamericana en el siglo XXI se hicieron bajo el amparo de caudillos anti-establishment. Fueron personalistas (la boliviariana y la correísta, más que la del MAS), con narrativas refundacionales. Dichos textos terminaron siendo cimientos de autoritarismos, aunque cediendo a reivindicaciones puntuales de minorías excluidas. Hoy diríamos que encubaron democracias iliberales que rápidamente se convirtieron en regímenes autoritarios. Por eso, América Latina ha visto el proceso chileno con mucha expectativa. La nueva izquierda chilena sobreideologizó su propio proceso. Su sobredosis de nueva trova no le permitió entender que las mayorías silenciosas votan por contextos y no por textos, son destituyentes antes que constituyentes. Que, para hablar en su propio lenguaje, nunca se sabe si ese elector que le dio una vez apoyo, volverá, porque nadie sabe al día siguiente lo que hará ese votante promedio que no ausculta borradores constitucionales fomes, sino que elige por “proxies”. En contextos de inseguridad ciudadana esos electores buscan, en la oferta política, quien mejor encarne la mano dura. El Presidente Boric y sus ministros no terminan de entender que los votantes siempre rompen todos los esquemas, que no hablan de uniones eternas y que se entregan cual si hubiera solo un día para votar. Hoy, a la nueva izquierda no le queda más remedio que preferir la nueva Constitución compartida, pues todo parece indicar que la que se plebiscitará a fin de año, no será perfecta ni se acercará a la que simplemente soñó.

Por Carlos Meléndez, académico UDP y COES

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