Columna de Carlos Meléndez: Purgatorio



La caída de 15 puntos de popularidad en menos de dos meses del Presidente Gabriel Boric no tiene precedentes en la historia reciente de Chile. Sus antecesores inmediatos gozaron de periodos de “luna de miel” más largos. Incluso uno de los mandatarios más impopulares -como Sebastián Piñera- logró navegar varios meses al inicio de su gestión con índices de aprobación mayores a los de desaprobación. ¿Cómo así la renovación de la clase política que había enamorado idílicamente a las masas, apelando a una lírica simbólica, cae estrepitosamente trayéndose consigo, acaso, la legitimación del proceso de transformación social vía constituyente?

Chile atraviesa una ola de descontento social movilizado que ningún político ha podido surfear. Por más que el Presidente Boric intente mantenerse estable en la cresta de la ola, esta es gigantesca, inmanejable, al punto de tornarse violenta en distintas áreas de la sociedad, desde tomas escolares de liceos emblemáticos hasta tiroteos en barrios controlados por actores informales. Administrar este desborde se vuelve más inmanejable aún, cuando se habían generado altas expectativas de soluciones estructurales para un país apremiado en pasar del gesto a la política concreta. El incremento del costo de vida dada la crisis internacional solo generó más ansiedad. Las estructuras sociales siempre terminan siendo más fuertes que cualquier intento de agencia política.

La decepción es aún mayor cuando quien ocupa La Moneda no proviene del establishment político tradicional porque la moderación del poder se interpreta como “traición” de parte del elector ávido de cambios radicales. Si a ello le sumamos la imbricación de la carrera política del Presidente con el proceso constituyente, cualquier decepción asociada a este último le termina golpeando a aquél. Hasta la irrespetuosa votación de un convencional desde la ducha merma las simpatías presidenciales. Boric quizás aún no calibra que no hemos elegido a un estadista sino a un pararrayos de nuestras decepciones y furias.

Tengo la impresión de que Chile no volverá a la situación de “normalidad” pre estallido social y pre pandemia. Si bien las políticas de mercado habían mostrado graves fallas que requerían enmienda, existían determinados consensos sociales que facilitaban la convivencia cotidiana y daban legitimidad a las reglas de juego. Hoy, incluso a pesar de los esfuerzos de la Convención Constitucional, no se aterriza un nuevo pacto social. Muy lejanos aún de puntos de acuerdo más allá del gaseoso “más Estado”, se van perdiendo los principios del orden social, desde Baquedano a la Macrozona Sur. Así, la promesa de refundación queda postergada ad infinitum ante la amenaza de un voto “Rechazo” que viene sumando preferencias. Queda la duda si el Presidente Boric es consciente de que tiene la responsabilidad de gobernar un país que, por ahora, se conduce hacia un limbo entre un modelo neoliberal caducado y una socialdemocracia de fantasía. Nos prometió paraíso, pero podemos quedar eternamente en el purgatorio.

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