Columna de Carmen Luz Assadi: Honrar a las mayorías



La intención “desprolija” del Presidente Boric, hace unas semanas, de dar urgencia al día de la visibilidad lésbica, coincidiendo con el de la bandera chilena, hace reflexionar sobre los endebles cimientos sobre los cuales algunos grupos gobernantes quieren refundar nuestra sociedad.

La política de identidades -iniciada con la caída de los grandes relatos a fines del siglo XX- intenta crear una ideología que distrae a los políticos de su labor y exacerba nuestras diferencias, tensionando la poca armonía social que nos queda. Esto no sugiere que algunos no tengan un honorable lugar en la sociedad, sino que ésta, más que nunca, necesita áreas de encuentro, en vez de subclasificaciones.

Lo vemos en EE.UU., donde la política de identidades, que ahora se autodenomina convenientemente Woke, permeó en la educación, el cine y la legislación laboral, queriendo acelerar un proceso de inclusión que venía lento, pero seguro. Y que, por su anhelo apresurado de corregir desequilibrios históricos, se está encontrando con una violencia polarizante que erosiona la convivencia.

La revolución Woke -creada por las minorías negras iniciado el siglo XX- terminó, como toda corriente de oprimidos, raptada por la izquierda y promoviendo la cultura intolerable de cancelar la intolerancia. Rápida y perspicazmente, el Woke se adjudicó la causa de la justicia social, el feminismo y las minorías sexuales.

De ahí, la historia es avasalladora: se eliminó la estatua de Lincoln en Boston, se planteó editar los textos de Roald Dahl; y los Washington Red Skins debieron cambiar de nombre, entre miles de iniciativas que promueven la diversidad extinguiendo todo lo que disguste, por muy verdadero que sea; e imponiendo lo que -desde su prisma- es “empático”. El término noventero “políticamente correcto” adquirió altanería ideológica y tomó tanto sinsentido, que incluso los personajes de M&M de Mars corrieron el riesgo de cambiar de zapatos, a pesar de ser solo bolas de chocolate.

La ideología identitaria está dando razones para ser cuestionada, y debemos estar atentos a sus efectos: en vez de convocar, atomiza a la sociedad. Y políticos imprudentes confían en ella, transformándola en una adolescente metafísica social que ensalza la virtud de los rezagados, recrudece y crea nuevos conflictos, y boicotea el concierto social.

El Woke se enfrenta a una fuerte contra cultura, y la batalla puede ser muy nociva. La herencia y la historia son enemigos de la soberbia moral. La tradición, y su evolución espontánea, conlleva la tolerancia oportuna y genuina; y se opone al artificio forzado de precipitar causas por caprichos políticos.

Honrar a las mayorías no es menos noble que relevar a las minorías. Instituir nuestra sociedad enfatizando diferencias es un fundamento frágil para dar sentido y orientación a las generaciones futuras. En momentos en que la sociedad chilena está tan polarizada, encandilarse con la política identitaria es sabotear la esperanza de encontrar un nuevo ethos común, tan necesario en estos días.

Por Carmen Luz Assadi, periodista y magíster en Estudios Políticos

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