Columna de César Barros: Catonis chilensis

El Congreso despachó la Ley Corta de Isapres.
Catonis chilensis.


Los romanos usaban tres nombres: pre nomen, por ejemplo, Marco. El nomen, equivalente al apellido, Porcio o Julio, que mostraba la familia originaria (los Porcios o los Julios). Y finalmente el cognomen, o sobrenombre (César, Bruto o Bisco).

En el caso de Marco Porcio Catón, su “cognomen” era Cato, que significa sabio, astuto. De ahí viene aquello de “estar al cateo de la laucha” o bien el verbo tan campesino de “catear”.

Marco Porcio Catón (el joven, su ancestro era Catón “el viejo”) fue un senador romano, que se hizo famoso por su estrictez moral (excepto en lo matrimonial: casó a su segunda esposa -Marcia- con un viejo millonario, y cuando enviudó Marcia, se casó de nuevo con ella, disfrutando de la herencia del difunto). Junto a Cicerón denunciaron la conspiración de Lucio Sergio Catilina (de ahí aquello de: “quousque tandem abutere, Catilina, patientia nostra?”). Tal como su ancestro -Catón el Viejo- que fulminaba contra los cartagineses (“Carthago delenda est”), hacía listas de personas a su parecer deshonestas, bellacos y malhechores, para eliminarlos de la élite romana.

Su principal blanco fue Julio César. Era -según Catón- no solo un populista y un deshonesto, además aspiraba a ser rey. Y sus listas de innombrables fueron todos ligados a Julio César: era el centro de todo mal. A los de su tribu política nunca los tocó. Catón era de la aristocracia romana, enemiga declarada de Julio César, pero Catón decía que actuaba solo por principios, nunca por clase social. Acusó a César de ser parte del complot de Catilina, y en medio del debate gritó: “está leyendo una carta conspirativa. Exijo que la lea en público”. César la leyó: era una carta de amor de su amante, la media hermana de Catón.

Buscó incansable su regreso de las Galias sin “imperium” o sea sin fuero. Y cuando César cruzó el Rubicón tomó el partido de Pompeyo, huyendo con él a Grecia, donde Pompeyo fue derrotado y después asesinado.

César perdonó a sus enemigos (entre ellos a sus futuros asesinos, en particular a Marco Junio Bruto). Pero Catón no quiso ser perdonado por su enemigo, y huyó al norte de África. Las tropas de Julio César vencieron a su bando en Útica, y Catón al verse derrotado, se hizo el harakiri. César comentó al conocer su horrible muerte: “me duele tu muerte, pero más me duele el no haberte yo perdonado la vida”. El verso al respecto de Lucano es decidor: “Victrix causa diis placuit sed victa Catoni” (la causa vencedora gustó a los dioses, pero la vencida a Catón).

En Chile también tenemos catones: algunos sofisticados, y otros no tanto. Y como Catón, son parte de la élite, aunque no lo reconozcan. También andan buscando -incansables- a malhechores y bellacos. Pero como Catón, sus listas son sólo de la tribu enemiga. No parecen hallar bellacos o innombrables en sus propias tribus. Debieran ser más prolijos, no vaya a ser que les ocurra aquello de “Victrix causa…” .

Por César Barros, economista