Columna de Cristián Garay V.: La guerra Irán-Israel
Esperando la represalia israelí al ataque de Irán por el asesinato de dirigentes de Hezbolá y Hamas, precedidos por otros contra dirigentes iraníes, hay que distinguir respecto de los objetivos militares y políticos. La razón es que Israel ha permeado las organizaciones pro iraníes y además ha logrado tener información precisa de los movimientos iraníes. Ciento ochenta misiles, algunos de ellos hipersónicos, han sido detenidos, aunque algunos alcanzaron las bases aéreas de Nevatim y Tel Nof sin dañar los aviones, gracias a la eficacia de sus sistemas de intercepción: Domo de Hierro, Honda de David y Flecha o Arrow. Militarmente el balance está al lado de Israel, pero la guerra es tanto militar como política.
Es casi una convicción que la inteligencia iraní parece estar permeada por el Mossad. Esto reproduce las respuestas poco efectivas ante el ataque al Consulado iraní en Beirut de abril de 2024. Pero, parte de la doctrina iraní es desarrollar una guerra informal, prolongada y dispersa con actores proxys como Hamas, Hezbolá y los hutíes. Desde El Líbano, Gaza y Yemen se ataca sostenidamente al territorio israelí y además se estrangula el tráfico marítimo, con apoyo evidente de Irán. El ayatolá Alí Jamenei ha notificado que sus proxys proseguirán la lucha. Ejemplo de lo dicho, los hutíes han atacado con tres misiles Quds 5 a Israel.
Esta guerra no contempla choques terrestres de fuerzas opuestas salvo en escenarios intermedios y por otros actores, pero afecta primeramente a Israel porque ve comprometida su existencia. Hay Estados que, además, son hostiles al discurso y filiación chiita de los iraníes, como es el caso de Arabia Saudita y Jordania y que no quieren más influencia de Irán en esa parte del mundo. El campo de lucha, el espacio aéreo, ocupa porciones de otros países que se ven involuntariamente como parte de las operaciones de ataque e intercepción. Incluso el sistema israelí, el mejor existente en la actualidad, no puede asegurar la intercepción de un 100%. Solo saber si alguno llegará a una base o centro neurálgico israelí daría cuentas de una capacidad mejorada iraní o de sus proxys, cosa que no ocurrió.
Militarmente hablando, la reacción de Israel ha logrado sus objetivos y se ha combinado con operaciones especiales en territorio de Líbano, para impedir nuevas acciones de Hezbolá y permitir el retorno de unos 60.000 habitantes israelíes a sectores fronterizos del norte. Líbano, capturado por Hezbolá, tiene un ejército paralizado por las disputas de los tres grupos religiosos principales –cristianos, chiitas y sunitas- y es una base ideal para hostigar a Israel con cohetes.
Desde el punto de vista político las cosas son más inciertas. Una guerra dura lo que la voluntad de combatir lo dicta, y ninguno de los adversarios va a renunciar, uno a la sobrevivencia y el otro a la destrucción de Israel. Entre una y otra posición no hay término medio. Por otro lado, algunas estrategias de Israel en el tiempo han sido contraproducentes. Tal como narra la película Munich, cuando se descabezó Al Fatah, se toleró un grupo menor como Hamas, que luego adquirió su propia dinámica.
Ahora bien, se trata de una guerra, no de una escalada, que adopta formas multidimensionales, y se libra entre dos actores uno nuclear y el otro buscando esa arma, y cuyas centrales atómicas son objetivos obvios si se usan bombas antibunker suficientes para llegar metros y metros abajo. Este dato es importante, porque el programa de Irán es destruir Israel y desde este último, ello no ocurrirá sin un acto de defensa incluso nuclear. Este es el desiderátum respecto de si esta guerra es tomada como acción final. Un camino intermedio al ataque sobre plantas nucleares (que sería bienvenido en Ucrania) es que se ataquen los centros de producción de drones y las refinerías de petróleo. Si este último deja de bombear estamos ante una crisis energética global.
Como en otras ocasiones Naciones Unidas ha sido estéril y los actos de genocidio han estado desde el comienzo con una matanza de israelíes que fue celebrada entre sus adversarios, respondida no con la ley del Talión, sino con el edicto de muerte veterotestamentario. Seguramente, los objetivos políticos de Irán se han cumplido, pero militarmente pueden ser afectados, lo que daña tanto a Irán como a Rusia. Estados Unidos, como dijo el asesor de seguridad nacional Jake Sullivan, ayudará a la intercepción de los misiles.
Ahora bien, Israel no puede ocupar y controlar todas las fronteras adyacentes e Irán no puede llegar a Israel. Para esta guerra ni siquiera ha sido necesaria la vecindad. Estamos en el borde del Apocalipsis, en un enervamiento en que nada tiene que ver el orden liberal pos 1946 o la globalización, sino en tensiones civilizatorias y religiosas de siglos precedentes. Israel, en todo caso, debido al estrés defensivo que sufre por no tener profundidad estratégica, entiende que su defensa es el ataque. Irán que es una nación imperial, ha construido su propia lógica de actuar muy lejos de sus fronteras encargada a sus fuerzas Quds y desde Irán por la Guardia Revolucionaria. Mientras tanto, y de modo colateral, Irán ha reconocido el carácter proxys de las milicias chiitas -consideradas terroristas por otros Estados-, y ha apoyado su guerra sin reglas. El problema, es que su adversario tampoco las reconoce en pos de su supervivencia física que se les niega. Y eso es un juego de suma cero. Mientras tanto se sigue hablando de una guerra como un fenómeno moral, mostrando incomprensión de qué significa en el campo de batalla, y por cierto un lugar donde niños, mujeres y ancianos siempre pagan las consecuencias. Restaurar normas mínimas del enfrentamiento ayudaría mucho más.
Finalmente, todo esto debe alertarnos de importar conflictos cuya naturaleza no podemos solucionar ni cooperar, que están lejanos a los intereses nacionales, y sin una comprensión exacta de las dimensiones de este enfrentamiento, como que se normalice que, desde un Estado en crisis, como Líbano, se emprendan acciones de bombardeo hacia otro Estado. Si fuera posible, restaurar el Estado de Líbano y su ejército, y desplazar la influencia de Hezbolá, Siria e Irán sería un punto de partida para no martirizar al país que tuvo en su época el París del Medio Oriente y que se perdió cuando los refugiados palestinos tomaron el control de la política en Beirut y todo el territorio.