Columna de Cristóbal Osorio: El estallido social, una cicatriz abierta

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El estallido social, una cicatriz abierta.


Las plazas Italia y Baquedano son el centro neurálgico de Santiago de Chile. Por lo que el lugar es -en muchos sentidos- el rostro del país, donde las alegrías y penas se concentran en sus escasas explanadas. Las plazas fueron también el epicentro donde se inició la contracción de Chile, a partir del 18 de octubre de 2019.

Hoy el lugar es habitado por la ruina de un pedestal que no sostiene nada; ni glorias militares, ni consignas del 18 de octubre de 2019. Así, el pedestal es un símbolo de este nuevo país, postestallido social, con una élite dirigente que no sabe qué hacer, sin tomar conciencia de que Cronos castiga con la ruina el paso vacío del tiempo.

Han pasado cinco años desde el 18-O, y la élite política se ampara en explicaciones demasiado simplistas, dicotómicas o partisanas, leyendo la efeméride como un brote de violencia delincuencial instigado por fuerzas oscuras o como una expresión de un malestar social cuyas causas siguen vigentes de manera estructural.

Pero esas aproximaciones no permiten poner al evento histórico en un lugar que nos permita avanzar. Algo indispensable, especialmente luego del fracaso de la vía constitucional que buscó darle contención y significado. Así, esas explicaciones parecen propias de quienes analizan la realidad sin demasiado compromiso con sus palabras, como si no estuvieran llamados a conducir al país hacia el futuro.

En el caso de la primera explicación -la que se emparenta con la lógica del ‘enemigo interno’-, solo se puede decir que responde a dos posibles situaciones: o se trata de ingenuos redomados, incapaces de ver la magnitud y efervescencia del hecho histórico, que fue mucho más allá de la violencia, o se trata de hipócritas que, a sabiendas, buscan imponer una visión en el debate que sirva como tapón a la discusión social. Algo que ha marcado el devenir de Chile desde 1990.

En el caso de la segunda explicación -la del malestar crónico-, parece que no ha pasado un largo lustro desde el estallido. Lo que era de esperarse de la élite es que hubiese llegado a esta efeméride con una batería de planes, propuestas y agenda para superar las causas del malestar, más que con una radiografía del 2019, a la que solo se agrega el informe reciente del PNUD, que dice que ahora los chilenos queremos que los cambios sean graduales.

En particular, estoy pensando en la columna de la ministra de la Segegob, Camila Vallejo, la cual parece inverosímil proveniente de alguien que compone el comité político de La Moneda. ¿Dónde están las ideas políticas y programáticas para hacer de Chile una mesa larga donde quepan todos y se distribuya mejor la riqueza y el poder? Lo que exhibió la ministra, en cambio, fue una modesta lista de enseres (sociales) que pudo comprar con un acotado presupuesto.

También pienso en Bernardo Larraín Matte, quien dijo que no podemos volver ni al 18 ni al 17 de octubre de 2019. El problema es que su sector, cuando reconoce el malestar, lo atribuye casi exclusivamente a las debilidades de crecimiento del país. Lo que se deduce de ahí es que basta con soltar las fuerzas del mercado y atraer inversiones. Algo que implica volver más bien a los 90, olvidando que debemos fijar nuevos pedestales para el Chile moderno.

Por eso, hoy más que nunca, ¿dónde están las políticas públicas que apuntan a dotar de significado y ruta a los complejos reclamos por mayor ‘dignidad’ y un Estado social?

Por Cristóbal Osorio, profesor de Derecho Constitucional, U. de Chile