Columna de Ernesto Ottone: Paren la mano



Siempre ha sido así en el transcurso de la historia, no nos debe llamar la atención, hay momentos y períodos en los que las cosas van mejor, en los cuales se abren esperanzas e ilusiones y otros en que se concentran catástrofes, conflictos y desesperanzas.

En esos períodos pareciera que las cosas retroceden y no tienen salida, el horizonte se llena de nubarrones y las buenas nuevas son escasas. El economista francés, Daniel Cohen llama al actual momento histórico “la fase triste de la globalización” y el cientista político norteamericano Ronald Inglehart lo llama “el tiempo de los malos sentimientos”,

Es cierto que la ciencia y la tecnología marchan cada vez más velozmente y sus efectos mejoran la vida en general. Ni la pobreza ni las desigualdades de hoy tienen las mismas características de indignidad que en el pasado.

Solamente mentes muy obtusas o viejos muy porfiados que confunden el bienestar que genera el ser joven con el bienestar de los tiempos en que fueron jóvenes, pueden repetir, sin entender, los versos de Jorge Manrique, “como a nuestro parecer cualquiera tiempo pasado fue mejor”.

Pero los avances instrumentales de la modernidad no aseguran que el progreso sea lineal y abarque todos los aspectos de la vida y el funcionamiento de las sociedades. No se equivoca el escritor y ensayista franco-libanés, Amin Maalouf cuando dice “podemos preguntarnos si nuestra especie no ha alcanzado el umbral de la incompetencia moral, si aun sigue avanzando, o si acaba de comenzar un movimiento de regresión que amenaza lo que tantas generaciones construyeron”.

Es un pensamiento duro, pero no un dislate si tomamos en cuenta la lista de infortunios y derivas peligrosas que se ciernen sobre nosotros.

Las malas noticias superan a las buenas no solo en materia de catástrofes naturales que el cambio climático genera crecientemente, si no también en las catástrofes que suceden en el campo económico, social y político en todo el orbe.

Estado Unidos, todavía el país mas potente del mundo, nos muestra el espectáculo de un Trump desquiciado que aspira volver a la presidencia. Claro, puede tratarse solo de un individuo perturbado que amenaza la democracia, pero lo siguen millones de personas.

En Europa se restringe la amplitud de las convicciones democráticas y crece el número de soberanismos y nacionalismos xenófobos donde por décadas han avanzado los derechos sociales y los niveles de igualdad. Es también en Europa donde Ucrania ha sido invadida como en los viejos tiempos por una potencia dictatorial, la Rusia de Putin, que reclama los espacios históricos del zarismo y de la URSS. Como si estuviéramos en el medioevo, el actual zar castiga a su boyardo indisciplinado por vía del asesinato, ya no terrestre si no aéreo.

En Asia la velocidad del crecimiento tiende a disminuir en China mientras crece su autoritarismo, India se sitúa como potencia, en medio de un nacionalismo rampante y con mucha gente aun en estado de gran precariedad.

Corea del Sur continúa desarrollándose bajo los misiles de Corea del Norte, que no logra alimentar debidamente a su población con la ostensible excepción de su “Líder Supremo”.

En Afganistán, los talibanes siguen agrediendo a las mujeres afganas, mientras la pobreza los ahoga.

En Medio Oriente la tensión continúa siendo alta, la democracia casi no existe y se ha vuelto turbulenta incluso en Israel, en la región abundan las armas, las desigualdades, el dinero y las autocracias.

África ha vuelto a la rutina de los golpes militares y en esa lógica compiten las influencias de potencias externas, como resultado de la pobreza y las represiones, familias enteras huyen desesperadas tras una quimera muchas veces mortal en el Mediterráneo.

También nuestra región latinoamericana vive un momento de retroceso político. La institucionalidad democrática retrocede en muchos países. La calidad de la política desciende y caen casi todos los indicadores económicos y sociales, mientras los de la criminalidad y la corrupción que gozan de buena salud.

Esta situación se enmarca en un debilitamiento del multilateralismo, de litigios ásperos entre las grandes potencias y del surgimiento o renacimiento de acuerdos fragmentados y alternativos cuyas aspiraciones más que tender a la complementariedad se orientan a la contraposición.

Resulta imposible no darse cuenta que esta situación mundial es muy compleja para un país como el nuestro, que requiere un multilateralismo fuerte y una economía global próspera que le permita continuar su proceso de desarrollo, diversificando su economía y aumentando su comercio exterior.

No podemos en consecuencia agregar a ese contexto exterior una trifulca interna que obstaculice nuestro proceso de crecimiento. Requerimos disminuir nuestros niveles de conflicto y aumentar nuestra capacidad de acuerdos políticos y sociales para recuperar la capacidad de avanzar en prosperidad y en igualdad social, simultáneamente saliendo del actual estancamiento que se asemeja a un carrusel que gira y gira entorno a su eje sin avanzar un centímetro, repleto de palabras rimbombantes y de una algarabía estéril.

¡Paren la mano, muchachos!

El gobierno debe adquirir una orientación clara, realista y pragmática, no puede seguir dando pasos en direcciones opuestas, ello solo le permite sobrevivir el día a día, pero no gobernar con proyecciones.

La extrema derecha de otra parte, no puede condicionar al conjunto de la oposición a una postura inflexible, sobre la base de creer que un buen resultado electoral es algo pétreo, que seguirá en el tiempo, sin darse cuenta que en la sociedad de hoy el voto ciudadano suele ser volátil, desleal y efímero y que las posiciones extremas pueden ser ovacionadas momentáneamente, pero en el largo plazo son castigadas.

Por el bien del país, es necesario que todos cambien de actitud, que acrecienten su responsabilidad, que dominen sus emociones identitarias y el enamoramiento de sus verdades que consideran únicas. En otras palabras, que se sienten a la mesa tratando de buscar acuerdos que puedan constituir una solución aceptable para todos, que permita salir del inmovilismo, enfrentar los problemas más agudos, como los de la seguridad ciudadana, los más estratégicos como una nueva constitución razonable y reformas que permitan avanzar socialmente.

No tengo dudas que por ese camino aumentaría el respeto ciudadano hacia la política, se reforzaría nuestra democracia, aumentaría nuestro bienestar y nos permitiría una mejor inserción internacional. Lograríamos recuperar nuestro prestigio hoy magullado y aprovechar nuestro potencial de recursos naturales y nuestros talentos incluso en estos tiempos aciagos.

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.