Columna de Héctor Soto: Fuera de control

Los diputados andan todos por la libre. Sálvese quien pueda. Las pocas reservas de sensatez y moderación que siempre hubo en la política chilena desaparecieron de un momento a otro: dejaron de oírse, dejaron de verse y, más que eso, dejaron de ser.



El sujeto que va en caída libre a un precipicio quizás no tenga tiempo de lamentar el resbalón que lo lanzó al vacío. Pero a lo mejor tiene derecho a pensar que hasta ahí la experiencia de la caída no es tan terrible.

Esa imagen -que es de pesadilla y también de chiste- no es tan descaminada para describir la situación política actual. Hace dos años, nadie hubiera dicho que el escenario iba a evolucionar en esta dirección. Hoy tenemos un gobierno prácticamente en el suelo, políticamente aislado, un Presidente perdido en la irrelevancia, una coalición oficialista que más parece una montonera, una oposición embriagada en asestar una derrota tras otra a La Moneda y un país que se está yendo literalmente al diablo, mientras discutimos si la culpa es del diputado X o del ministro Z, si acaso la encuesta de la semana pasada no sobredimensionó la figura de Jadue o si pasará o no pasará en el Parlamento la iniciativa legislativa de postergar por un año el pago de las patentes comerciales.

La orquesta del Titanic sigue tocando.

Es fácil, es una ganga, atribuir responsabilidades en este desastre. El país hace rato, hace por lo menos un año, abandonó los carriles de la gobernabilidad. La pugna entre un Ejecutivo de centroderecha y una mayoría parlamentaria de centroizquierda escaló a niveles que no estaban en la imaginación de nadie. De nadie sensato, al menos. Porque sí han estado siempre en el imaginario de la minoría que quiere tirar el mantel y que todo se vaya al carajo, entre otras razones, porque nada de lo que Chile ha construido hasta ahora merece ser salvado de las llamas.

Curiosamente, este es el discurso que ha terminado primando, no obstante que se trata de un planteamiento que suscribe sólo una minoría de muy poco peso electoral. Las cosas se salieron de control desde el momento en que gran parte del arco político se alineó en torno a ese eje, primero para destituir a ministros de Estado, enseguida para usurpar facultades que, según la Constitución, son privativas del Presidente, y finalmente tomar por asalto, de día y en despoblado, al sistema privado de pensiones.

Como nada indica que la política destructiva vaya a terminar aquí, es inevitable preguntarse qué viene a continuación. Le queda un año y tanto de mandato al actual gobierno y eso es mucho tiempo. Han bastado apenas tres meses para dejar cojeando al sistema de pensiones. El gabinete hasta aquí resiste un fuego persistente que ya no sólo es político, de adversarios y supuestos aliados, sino también judicial. Las policías han sido varias veces notificadas de que se cuiden de actuar. En muchas poblaciones de Santiago y de otras ciudades del país no existe otra ley que la impuesta por bandas narco. El estado de derecho se volvió una ficción en La Araucanía. Las fiscalías se desgastan hasta la madrugada tratando de establecer si los manejos del Ministerio de Salud en esta epidemia respondieron a lógicas sanitarias o a lógicas criminales. El ministro del Interior cree que ordenar un poco la casa en Chile Vamos es cuestión de método. Y más de alguien en la oposición debe compartir parecida ilusión respecto de su sector. Pero lo cierto es que los diputados andan todos por la libre. Sálvese quien pueda. Las pocas reservas de sensatez y moderación que siempre hubo en la política chilena desaparecieron de un momento a otro: dejaron de oírse, dejaron de verse y, más que eso, dejaron de ser.

En escenarios de descomposición de esta magnitud, el juego de identificar ganadores y perdedores, siendo entretenido para los que les gusta el póquer, es engañoso. Engañoso porque, en definitiva, todos pierden y pierde sobre todo el país. Porque nadie está a cargo. Nadie puede garantizar en estas condiciones dirección ni gobernabilidad. Así, el barco no va a ningún lado. No gobierna el gobierno, pero tampoco lo está haciendo el Congreso.

Así como las crisis pueden sacar lo mejor de los grandes hombres, también pueden sacar lo peor de los que no son tan grandes. El festival de miopía, populismo, obsecuencia, mentira, irresponsabilidad y cobardía que hemos visto estos días en el Parlamento será difícil de olvidar. Pero no nos engañemos: aún falta. La peruanización de Chile está en pleno desarrollo.

Si el desenlace es benigno, porque a lo mejor nos asiste la suerte, cuando en el futuro las actuales generaciones miren este período quizás concluyan que todo fue culpa de los desequilibrios acumulados por el estallido y la pandemia, y que la crisis fue de tal magnitud que no había otra manera de salir a flote. Magullados, con moretones y heridos. Cualquier otra expectativa habría sido esperar peras del olmo de nuestra clase política. Ojalá termine siendo así.

Sin embargo, si el desenlace llega a ser más adverso que eso, bueno, habrá que conceder que este fue el principio del fin. Al menos, del fin de ese país en cuyo futuro algunos pocos incautos, a pesar de todo, habíamos llegado a confiar.

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