Columna de Héctor Soto: Si todo sale bien

Ayer se publicó el protocolo sanitario del Servel para el plebiscito del 25 de octubre.


A medida que el plebiscito del 25 de octubre próximo se enfría -porque se está enfriando y ya no despierta los alardes volcánicos que generó hace seis meses-, el país de una manera u otra comienza a levantar cabeza. La crisis sanitaria parece estar remitiendo, no obstante que seguimos pegados en más de 1.500 nuevos casos diarios. La actividad, tímidamente, comienza a recuperarse. El horizonte dista mucho de ser alentador, porque es impresionante la mortandad de empresas y de empleos que dejaron estos meses siniestros, pero una fracción importante de la ciudadanía manifiesta confianza e incluso optimismo respecto de su situación en los próximos 12 meses. Y lo hace no obstante el cúmulo de elecciones que viene por delante tras el plebiscito del 25 de octubre próximo.

Eso es lo raro, porque en la experiencia del Chile más reciente, la política no siempre ha operado como canal de contención de la inestabilidad y la incertidumbre social. Al revés: con frecuencia le ha echado más leña al fuego. Hay que reconocer, sí, que el “Acuerdo por la paz y la nueva Constitución” del 15 de noviembre, con todo lo discutible que pueda ser, y que suscribió un arco político bastante amplio y representativo, descomprimió en gran parte los niveles de violencia y vandalismo de los cuales el país había sido testigo en las semanas previas.

No hay que ser mago para prevenir que algo o bastante de eso volverá al escenario público. Es cosa de leer las exhortaciones y proclamas de los grupos políticos más radicalizados. La única incertidumbre es si la mayoría del país volverá a apoyar mayoritariamente estas manifestaciones, como lo hizo hasta fines del año pasado. Después, es cierto, algo cambió. En el verano la presión bajó mucho y en marzo, que según muchos agoreros iba a ser un mes de furia y llamas, no se cumplieron las amenazas subversivas, al menos en las primeras semanas. Después del 15, el país entró en modo pandemia y de esta es la reclusión que recién, con tanta pereza como temor, estamos saliendo.

Si todo sale bien -y bien significa sin violencia, con alta participación en el plebiscito, con una campaña limpia para la elección de los miembros de la comisión constituyente y con un trabajo eficiente y serio en la discusión de las nuevas normas constitucionales-, Chile podrá reivindicar una vez más en su historia la supuesta excepcionalidad que lo ha distinguido en la región. Sea o no un mito esta excepcionalidad, es verdad que aquí en Chile tuvimos una dictadura que se fue para su casa porque perdió una elección, que aquí tuvo lugar una transición política que, más allá de sus bemoles, en general se considera exitosa y que el próximo año podría ponerse de acuerdo en una futura Constitución medianamente razonable. La probabilidad de que esto ocurra es muy baja si uno proyecta lo que ha sido el juego político de los últimos meses. Pero alguna luz de esperanza hay para un buen desenlace si es que la ciudadanía, después de haberse desorientado bastante a fines del año pasado -porque eso fue lo que ocurrió-, vuelve a su equilibrio y recupera su sentido histórico de la moderación. Hay elementos de juicio que hacen pensar que algo de eso está en curso a partir, por ejemplo, de lo que dicen las encuestas respecto de los lineamientos preferidos por la gente para la reforma de pensiones o del estándar de las normas migratorias. Los chilenos no están apoyando que la cotización adicional entre en su totalidad al sistema de reparto y, lejos de toda xenofobia, tampoco quieren que se vuelva a repetir la experiencia de turismo laboral que auspició el gobierno anterior.

Con todo lo dramática que es la crisis económica actual en términos de desempleo, quiebra de empresas y desplome de la inversión, el país está en condiciones de iniciar pronto una rápida recuperación. Aunque los márgenes de acción del Fisco están muy ajustados, los expertos insisten en que los fundamentos de la economía chilena están sanos y que la recuperación debiera ser rápida. Bastante más que en el resto de la región, entre otras cosas porque esta crisis pilló al país con sus cuentas macro bajo control. Ni aun en Bachelet II, período durante el cual el país no creció, Chile se dejó seducir por los cantos de sirena de populismo económico chavista, petista o kirchnerista. De haberlo hecho, la crisis actual sí que sería terminal.

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