Columna de Jaime Mañalich: Mañana será tarde



Si de epidemias se trata, la violencia es hoy la peste que más preocupa a la ciudadanía. Temor a salir en la noche, fallecidos y mutilados cada día, secuestro (más un caso diario), rapto de menores, ajuste de cuentas (254 fallecidos), balaceras, “quitadas de droga”, y sicariato (41% de muertos sin autor conocido) forman parte de la escena cotidiana. En las cifras duras, hubo 1.322 asesinatos el 2022 (6,7 por 100.000 habitantes) y un aumento de 6% al 2023. El 50% de las víctimas tienen entre 20 y 40 años. En homicidios en contexto de violencia intrafamiliar, hubo 405 casos, en los cuales el 85% de los victimarios fue hombre. Durante el presente año, se registran cuatro homicidios diarios y es probable que la cifra siga aumentando.

La violencia tiene una importancia moral y sanitaria; pero también una dimensión de pobreza y pérdida de capital humano. Un reciente estudio de Clapes UC muestra que solo los costos directos de la violencia se elevan a US$ 6.500 millones por año, el 2,1% del PIB, siendo un gasto intensamente regresivo, por cuanto el 60% de este valor es privado. De hecho, el gasto público se ha mantenido estable en los últimos cinco años. Por gasto directo se entiende guardias, blindajes, protección barrial, enrejados, alarmas, cámaras, o días sin trabajar. El costo indirecto en calidad de vida y muertes prematuras debe ser enorme; pero muy difícil de cuantificar. Un estudio en Lancet señala que los años de vida perdidos por muerte prematura debido a violencia interpersonal es de 231 años por cada 100.000 habitantes en Chile para el 2020.

La violencia también tiene una dimensión política. En la medida que el temor a ser atacado o morir penetra en la mente, la población está cada vez más dispuesta a sacrificar libertades para obtener mayor seguridad, como ya lo demuestran diferentes encuestas. En el horizonte mundial, la agresión descontrolada genera una deriva autoritaria, reñida con la democracia y la gobernabilidad que pone en peligro décadas de logros y desarrollo. Como señalaba el Arzobispo de Santiago, Fernando Chomalí: “El Estado tiene el deber de actuar a todos los niveles para terminar con este flagelo y ahora. Mañana será tarde”.

No somos xenófobos, como demuestra con nitidez la encuesta Bicentenario. Chile necesita inmigrantes y no se debe estigmatizar a todos por unos pocos. De hecho, la mayoría del crimen está perpetrado por connacionales, algunos de ellos capacitándose aceleradamente en cárceles hacinadas, verdaderas universidades del delito.

El terrible asesinato de tres carabineros hace unos días ha movilizado a los legisladores por un esfuerzo de acuerdos y entendimiento. Valioso, a pesar de la trifulca que rodea estas discusiones. Sin embargo, el oficialismo no tiene una posición unánime en esta materia, lo que hace que el llamado “Mañana será tarde” no movilice voluntades una vez que los períodos de luto palidecen. Es un tema de Estado. Latinoamérica sufre por la penetración de corporaciones multinacionales de droga y crimen, y ello requiere políticas efectivas, recursos y convicción gubernamental. Si la receta es esperar el próximo gobierno, efectivamente será tarde.

Por Jaime Mañalich, médico

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