Columna de Juan Ignacio Brito: Adiós al fútbol insufrible



Aunque sigo practicándolo a nivel amateur lo mejor que puedo, he perdido las ganas de ver fútbol. Me confieso cansado de la ordinariez y el sobredimensionamiento de un espectáculo pobre. Hace rato dejé de ir al estadio y cancelé mi suscripción a TNT Sports. El balompié chileno y todo lo que lo rodea se me han hecho insufribles.

Quizás sea yo el equivocado. Después de todo, la prensa deportiva llama hiperbólicamente “superclásicos” a partidos malos; los relatores narran con giros seudopoéticos; las barras cantan y gritan; los grafitis futboleros abundan por todos lados; en varios funerales reposa sobre el ataúd la bandera del equipo de los amores del finado. Por redes sociales, los hinchas comentan, bromean y polemizan.

Me pregunto si esos fanáticos verán lo que yo: en las canchas, un fútbol lento, sin disciplina ni pasión y con protagonistas teatreros y llorones, más preocupados de sus cortes de pelo que del juego; en los estadios, gradas semivacías o pobladas por barras bravas que amenazan y agreden con impunidad; en radios, diarios y pantallas, un periodismo condescendiente con la fealdad general de un espectáculo fome; en las afueras de los recintos deportivos, temor y delincuencia; en las directivas, estupidez y arrogancia; en las autoridades, impavidez ante la violencia.

El fútbol local está muerto en vida. Es un zombi.

En el partido entre la U y Colo Colo el domingo, alguien tiró un cortaplumas abierto contra los jugadores: el árbitro vio el objeto y ¡siguió adelante! Tampoco paró el partido cuando una hinchada lanzó bengalas contra la otra y provocó un pequeño incendio en las graderías. El bus que transportaba a los jugadores de Universidad de Chile fue impactado por piedrazos y los deportistas tuvieron que tenderse en el suelo para no recibir proyectiles. El arquero de Colo Colo entregó al inconmovible juez dos peñascos lanzados por la hinchada rival en su contra. Una dirigente dice haber recibido un puñetazo en el rostro. A la salida hubo desórdenes.

En cualquier actividad razonable, conductas similares habrían provocado la suspensión del evento. No en nuestro fútbol profesional.

Todo indica que el estadio Monumental será sancionado, pero eso supone trasladar la desgracia a otro escenario sin encarar el fondo del problema. Como don Otto: vender el sofá.

No se me ocurre ninguna otra actividad que someta a sus participantes a riesgos así. Tampoco una que, además, ofrezca un espectáculo tan caro y malo. El rey corre desnudo por nuestros estadios y nadie lo ve.

Gracias al fanatismo crédulo de muchos y a que la plata fluye por la televisación, las mejoras no llegan. Todo lo contrario: cada año el fútbol local decae un grado más. Yo, por mi humilde parte, renuncio: me aburrí de este espectáculo penca.

Por Juan Ignacio Brito, periodista

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