Columna de Marcelo Contreras: Un menú para toda la familia

Los grandes nominados de los próximos Grammy, Olivia Rodrigo y Jon Batiste, trazan trayectorias que forman un alfa y omega respecto de las curvaturas del pop anglo en los últimos 60 años.



Dicen que Sour, el álbum debut de la estrella de High School Musical Olivia Rodrigo (18), es el Jagged little pill (1995) de la Generación Z. Brutal, el corte que arranca el disco, es como si Billie Eilish se estrellara a exceso de velocidad con Nirvana. “¿Dónde está mi maldito sueño adolescente?”, se pregunta la cantante y actriz con hastío y angustia rumbo a un riff en espiral. Luego, el drama según las coordenadas de Lorde, su más notoria influencia, en cortes como traitor y drivers license.

Con apenas 18 años, fue invitada por Joe Biden a la Casa Blanca, y suma siete nominaciones para los próximos Grammy que se entregarán el 31 de enero en Los Angeles, incluyendo categorías centrales como Mejor nuevo artista, Álbum del año y Canción del año. ¿Una chica enrabiada e insegura como nueva ídola juvenil? Absolutamente. Nunca falla.

“Me gusta inspirarme en el pasado y combinarlo con elementos del presente para crear el futuro”, sintetiza Jon Batiste cuando describe We are, el álbum con el cual lidera las candidaturas del gramófono dorado en 14 casillas.

REUTERS/Caitlin Ochs/File Photo

De 35 años, 2021 ha sido extraordinario para el director musical de The Late Show with Stephen Colbert. La banda sonora de Soul (2020), donde comparte créditos con Trent Reznor y Atticus Ross, ganó 25 reputados premios, incluyendo un Oscar y un Globo de Oro a Mejor banda sonora original. Un tour musical que engancha a los niños con pop colorido, sensible y elegante de otros días, corte y confección de alta calidad.

En We are, octavo título de una discografía que incluye un súper grupo junto a Chad Smith de RHCP y Bill Laswell, Batiste es como un navegante que se interna en aguas profundas para dejarse llevar plácidamente por distintas corrientes autóctonas del mapa musical estadounidense. A veces retrocede en el tiempo con ramificaciones hasta el soul, el jazz, el R&B y el gospel, en una combinación personalizada con las cualidades del mejor museo. En otros pasajes, enlaza con el presente y el barrio destilando hip hop, o divaga talentoso al piano.

Su curatoría coincide en actitud y espíritu con los mejores momentos discográficos de Kanye West y Kendrick Lamar, formando un triunvirato lúcido y creativo que ha reivindicado en este siglo el vital aporte afroamericano al catálogo del pop, desde que cantaban sus tristezas esclavizados en campos de algodón, un llanto coral que aún resuena.

Sólo en el último tiempo la música negra ha conquistado nuevos reconocimientos que hacen justicia a su aporte cultural, en listados donde solían dominar por décadas las mismas leyendas blancas de siempre. Si antes ostentaba el número uno Bob Dylan según la revista Rolling Stone por Like a rolling stone, ahora figura Aretha Franklin con Respect, en una doble reivindicación que ajusta cuentas en asuntos de género y raza.

A pesar de la arremetida de la música urbana y el K-pop en una operación a escala global, cuando el lente se cierra en la escena de Estados Unidos, las tendencias siguen concentrando su propia historia.

Olivia Rodrigo y Jon Batiste trazan trayectorias que forman un alfa y omega respecto de las curvaturas del pop anglo en los últimos 60 años. Ella es una novedad que huele a espíritu adolescente con pasajes musicales sólo concebibles en este nuevo milenio, sin rastros pretéritos. Él encarna la madurez de un pasajero de distintas épocas con sabor vintage. El pasado, el presente y el futuro, se funden en una oferta musical como un menú hecho para toda la familia.

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