Columna de María de los Ángeles Fernández: Reformas en la turbopolítica
Vivimos una época de turbopolítica posliberal, según Ricardo Dudda. “Un ciclo mediático histérico y veloz, que dificulta mucho la rendición de cuentas (el escándalo de hoy es sustituido por el de mañana)” sería uno de sus rasgos. Recientes eventos lo reflejan: las polémicas por sueldos públicos más altos que los del propio Presidente, la denuncia por delitos de carácter sexual que impactan en el corazón de La Moneda, un uso incontinente de la acusación constitucional y la mayor destitución de supremos de la historia.
Se trata de un contexto que, mientras parece pedir a gritos reformas políticas de algún tipo, al mismo tiempo las aleja. Esto último ayuda a ganar tiempo para sopesar mejor las opciones que concitarían consenso. Nos referimos a las que buscan frenar la fragmentación partidaria y la indisciplina parlamentaria.
Al respecto, aún con un régimen político muy distinto, vale la pena traer a colación casos de la política española del presente. Por un lado, los partidos independentistas (vascos y catalanes), minoritarios, han ido ganando peso al punto de condicionar gobiernos. Es la situación de Pedro Sánchez que, sin obtener mayoría en las últimas elecciones generales, la consigue gracias a siete votos de un partido de derecha, que también es supremacista y xenófobo como Junts. Frente a ello, arrecian las dudas acerca de si sería constitucional la existencia de formaciones que atentan claramente contra el fundamento de la “indisoluble unidad de la nación”. Traído a nuestras disfuncionalidades, aunque se aprecia como riesgo que un umbral del 5% para los partidos políticos pueda retrotraer a la era binominal, hay otras preguntas, tan posibles como incómodas. Dado que la violencia, como el genio, ha salido de la lámpara, ¿qué caminos podrían llegar a tomar ciertas expresiones políticas en caso de verse excluidas del juego electoral?
Por otro, existen medidas para buscar la coherencia política que pueden conducir a situaciones amargas. Le acaba de suceder al Partido Popular (PP) que apoyó, por error, una reforma de la ley que rebaja las penas de prisión a etarras. Cuesta imaginar que en la bancada más grande del Congreso español, que ahora rasga vestiduras, no hubiera materia gris que alertara, pero no es raro lo sucedido. La disciplina de partido no estimula ni el debate ni el propio juicio. Impedir el “discolaje” no soporta, por tanto, soluciones fáciles.
Venimos de recordar un nuevo aniversario del estallido del 18-0 con una visión relativamente unánime. Dado que siguen sin resolverse los problemas que le dieron origen, el estancamiento que vive Chile pudiera ser visto como un paréntesis inquietante. Si éste fuera el caso, hay que hacer las cosas bien. Para intentos fallidos de reforma queda escaso o nulo margen.
Por María de los Ángeles Fernández, Doctora en Ciencia Política