Columna de Max Colodro: Mutantes



Hace poco más de tres años el país estaba en las antípodas: con una mayoría que vio al estallido social como un legítimo despertar, entusiasmado con las expectativas de cambio y de justicia que él encarnaba; considerando la violencia como un medio legítimo o al menos inevitable para forzar dichos cambios; con la confianza en que un proceso constituyente sería la llave maestra para abrir cauce a la solución de los problemas. 

Hoy esas emociones y expectativas se han esfumado; la gente vive más insegura y temerosa, los crímenes violentos son pan de cada día; la Constitución que encarnaba la agenda y el espíritu de la revuelta fue rechazada de manera abrumadora, y el gobierno de la generación política que lideró esos anhelos refundacionales es ahora un cuerpo sin alma, una sombra sin luz, forzada por las circunstancias a cambiar de opinión en prácticamente todo.

¿Cómo pudo una mayoría mutar tan rápido y de manera tan radical? En primer lugar, porque es un signo de los tiempos: en este mundo global y virtual, la opinión pública se mueve al ritmo de las emociones, de los estímulos generados por los medios de comunicación y las redes sociales. Hoy todo es contingente, efímero, superficial. La gente va y viene de una prioridad a otra, activada por la necesidad, las fantasías y los miedos del momento. Las ideologías y las convicciones políticas son rémoras de un mundo que ya no existe, huellas de una nostalgia casi religiosa a la que se aferran cada vez menos. 

Pero esta realidad que nos ha llevado a ser simples mutantes no nos exime de tener que vivir las consecuencias de nuestros actos y nuestras decisiones. Eso es exactamente lo que nos ha pasado en el último tiempo: estamos sufriendo los efectos de las cosas que muchos apoyaron con entusiasmo, las secuelas de lo que hicimos y lo que dejamos de hacer. ¿Pensamos que la violencia era cultural y políticamente inocua? ¿Algunos creyeron que podían instrumentalizarla con fines políticos y luego desactivarla cuando llegaran al gobierno? ¿No anticipamos lo que implicaba destruir el orden público, debilitar el estado de derecho y horadar la autoridad de Carabineros?

Pues bien, si no lo sabíamos, si creímos que todo ello iba ser gratis, ahora tenemos claro que no. Chile está pagando un precio social, político y económico enorme. El deterioro que se ha vivido en estos años está dejando consecuencias profundas y, una de ellas, es el cuadro de inseguridad y temor en el que hoy vive buena parte de la población. Un elemento que alteró las prioridades y las coordenadas emocionales de la gente, a lo que se agregó también el rotundo fracaso del primer proceso constituyente. 

Chile vive ahora las implicancias de sus actos. Los cambios de la opinión pública y los giros forzados que ha debido realizar el gobierno son parte de ello. Como lo serán también los resultados que vamos a constatar esta noche cuando terminemos de contar los votos.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.