Columna de Max Colodro: Realismo inminente



A menos de tres meses del plebiscito que sellará el destino del segundo proceso constituyente, las señales de la opinión pública son elocuentes. La última encuesta Cadem mostró que la inclinación “En contra” sigue aumentando y ya se empina a un 57%, mientras el “A favor” llegaría solo a un 23%. Una tendencia que se ha consolidado en el último tiempo y que, de no revertirse en el corto plazo, abrirá una interrogante obvia: ¿Quién estaría dispuesto a respaldar una opción que exhibe amplias posibilidades de perder? ¿Tiene sentido arriesgar un importante capital político en una apuesta cada día menos viable?

Ese será el dilema que los “socios controladores” del actual proceso constituyente tendrán que enfrentar si las condiciones no cambian radicalmente en las próximas semanas: el costo de seguir insistiendo en una iniciativa que la mayoría de los ciudadanos no respalda. Un proceso que para el oficialismo fue la encarnación de la derrota sufrida el 4/S del año pasado y, por tanto, siempre se ha sentido inclinado a descartar, más aún luego de que esa derrota se reafirmara en la elección de los actuales consejeros; y que los republicanos, a pesar de ganar con holgura el 7 de mayo, nunca miraron con genuino entusiasmo.

Ahora, de no alterarse la rosa de los vientos, ni la izquierda ni la derecha tendrán más alternativa que jugarse por rechazar la propuesta, salvo que alguno esté dispuesto a suicidarse, regalándole una contundente victoria a sus adversarios.

Como una gran paradoja, pareciera que a la mayoría de los ciudadanos ya no les interesa lo que se discute en el Consejo Constitucional; ni el texto emanado de la Comisión Experta, ni las enmiendas aprobadas o rechazadas en el Pleno. Todo daría igual; la gente se aburrió y no cree en nada ni en nadie.

Según develan las encuestas, la enorme desafección con lo que durante el clímax del estallido social fue presentado como “la madre de las soluciones”, solo confirmaría lo errado y abusivo de un diagnóstico impuesto a través de la fuerza; en un país condenado por su élite política a seguir perpetuando una división histórica que a una importante mayoría ya no le hace ningún sentido.

Después de todo lo vivido desde el 18 de octubre, sería una gran tragicomedia que desde republicanos a comunistas deban sepultar, esgrimiendo distintas razones, el segundo intento de un acuerdo constitucional, obligados por una ciudadanía que terminó harta de promesas, obsesiones y fanatismos.

Hoy, un país que producto de su propia ingenuidad pasó de la esperanza al desencanto, corre el riesgo de convertirse en el primer caso en la historia de una sociedad que a través de las urnas rechaza consecutivamente dos propuestas constitucionales. Ejemplo de aquello que en otros tiempos se llamaba la “singularidad” chilena; esta vez, en versión corregida y aumentada.

Como si algo al interior de nosotros quisiera volver a recordarnos que nada predice el futuro mejor que el pasado.

Por Max Colodro, filósofo y analista político

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.