Columna de Pablo Allard: Recuperando la ciudad desde el optimismo



La filósofa política belga Chantal Mouffe define el espacio público como un campo de batalla en el que se enfrentan diferentes proyectos hegemónicos, sin ninguna posibilidad de reconciliación final. Por ello, define este modelo de espacio público como “agonista”, visualizando lo que es reprimido y destruido por el consenso de la democracia pospolítica. Sin embargo, según la misma Mouffe, las prácticas artísticas críticas pueden jugar un papel importante en la subversión de la hegemonía dominante. Muchos asociaron este sentido a las intervenciones artísticas urbanas desplegadas durante el estallido, que luego se vieron sobrepasadas por la violencia, y sus mensajes debilitados por el exceso de rayados, grafitis, burdas performances y abandono de ese espacio público. Hoy, estas muestras cobran una nueva fuerza desde un optimismo más subversivo: la celebración de la vida urbana en comunidad.

Esta es la importancia de la nueva versión del festival de intervenciones urbanas “Hecho en Casa Entel 2022″. Sus organizadores, el colectivo Bla!, Entel y la Municipalidad de Providencia, tuvieron el coraje de realizarlo en plena zona cero del Parque Balmaceda, a pasos de Plaza Baquedano, y contiguo a las ruinas del Café Literario. Ahí, miles de vecinos, familias y visitantes interactúan y juegan con cuatro intervenciones urbanas bajo el tema de la “celebración”: celebrar la vuelta a la ciudad, sin miedo, sin odio, sin la mirada agonística, se vuelve a habitar el parque como una gran fiesta.

Ante la pregunta de si no sentían temor a que el festival fuese vandalizado por grupos antisistémicos o incluso “funado” por quienes se han apropiado de los discursos simbólicos de espacios, como el Parque Balmaceda, Felipe Zegers del colectivo Bla! responde con honestidad: “En la ciudad convivimos muchas edades, culturas y formas de ser. Si tenemos que ponernos de acuerdo, debemos hacerlo desde un lenguaje común. Los rayados, tags o grafitis en cambio son sectarios, parten de un lenguaje críptico y por esencia antisocial; el arte urbano que promovemos tiene la intención de mejorar, sanar, poner en valor y celebrar el espacio urbano, no destruirlo”.

Es tal el efecto sanador o terapéutico del festival, que cuando se presentó la idea a las juntas de vecinos aledañas, celebraron que por fin podrían volver a usar el parque. El festival además ha activado toda una nueva gama de eventos urbanos azarosos e inesperados, e incluso las carpas y tomas que tenían copados sectores del parque se han desplazado.

Así como este festival ha desafiado al miedo en Parque Balmaceda, los cerros de Renca se llenaron de música con el festival Renca Jazz, el Parque Araucano albergó a más de 30 mil personas para escuchar a la Orquesta Sinfónica Nacional, las calles de Coquimbo se coparon con más de 600 artistas en el Paris Parade, y el Parque Mirador de Independencia tuvo el FestiCrin, enfocado a la música de infancia.

Nuestra ciudad solo agoniza si la dejamos morir, y seremos nosotros, los ciudadanos, quienes podemos recuperarla desde el optimismo y su celebración.

Por Pablo Allard, decano de la Facultad de Arquitectura UDD

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