Columna de Paula Bedregal y Rodrigo López: Vacunas de niños, niñas y adolescentes



En momentos en que el número de pacientes infectados por Covid-19 no muestra claros signos de disminuir, se aprueba el uso de la vacuna de Pfizer para los adolescentes desde 12 años de edad. Paralelamente, constatamos como las campañas de vacunación avanzan a pasos acelerados en algunos países -alcanzando al 63% en Israel-, más lento en otros -24% en Brasil-, pero es en los países más pobres donde el retraso es más evidente -0,1% en Sudán del Sur-. Es por esto que organismos internacionales, como la OMS, han hecho un llamado a los países de más altos ingresos para donar parte de sus dosis a los países que aún presentan tasas de vacunación limitadas.

Esta nueva situación plantea una serie de dudas sobre el mejor camino a seguir en término de la distribución más adecuada de un recurso escaso, como es la vacuna contra este virus. Más aún en momentos en que se anunció días atrás el plan de vacunar a niños, niñas y adolescentes de nuestro país.

Es necesario recordar que la vacunación no sólo cumple el objetivo individual de prevenir las infecciones graves en las personas que la reciben, sino además la finalidad de disminuir la cadena de contagio a nivel poblacional, por medio de la inmunidad de rebaño, protegiendo de manera indirecta incluso a las personas que no pudieron -o no quisieron- ser vacunadas.

Los niños, niñas y adolescentes son una población particular, si bien no forma parte de los grupos de riesgo de mayor mortalidad asociada al Covid-19, algunos sí presentan cuadros de mayor severidad; por otra parte, su rol en la cadena de transmisión no está del todo dilucidado. Estos argumentos apoyan la idea de que es necesario incluirlos dentro de los grupos beneficiados con la campaña de vacunación.

Por otra parte, la evidente diferencia en las tasas de vacunación entre países con distintos niveles de ingresos también propone la inquietud por la equidad de esta situación y nos hace preguntarnos por nuestra responsabilidad como país que alcanza un importante porcentaje de vacunación incluso con las dos dosis, cercano al 55%.

Después de la crisis social de 2019, ¿no será apropiado pensar también en la justicia social como criterio para decidir este complejo asunto? Existen muchas teorías de justicia que establecen a la comunidad-estado como el límite de la comunidad donde se ejercen los deberes de justicia, pero en un mundo globalizado, parece que lo que entendemos por ‘comunidad’ trasciende al conjunto de personas sobre las que rige la misma Constitución (uno de los argumentos para poner límites nacionales a las reclamaciones de justicia).

La pandemia ha puesto en evidencia que los virus no conocen de fronteras y es posible suponer, entonces, que la inmunidad de rebaño a la que debemos apuntar implica a todo el ‘rebaño mundial’, particularmente para una sociedad preocupada por la justicia.

Parece apropiado, entonces, apuntar a conseguir la inmunización de los niños, niñas y adolescentes de más riesgo, estando dispuestos a ‘compartir’ parte de nuestras dosis ‘sobrantes’ con las personas de países que se han visto menos beneficiados por programas de vacunación con menos recursos o poder de toma de decisión al momento de repartir este recurso escaso.

* Paula Bedregal, es epidemióloga y profesora de Salud Pública de la Facultad de Medicina de la UC y Rodrigo López, anestesiólogo del Centro de Bioética de la PUC.

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