Columna de Paula Escobar: Picados y chatos

Pero no es aceptable que una autoridad gubernamental, nada más y nada menos que el vocero, no entienda la importancia del lenguaje y cómo su degradación en el discurso político va minando la democracia, lenta pero efectivamente. Sorprende, porque, además, en cuanto diputado, Bellolio se caracterizaba por su capacidad de diálogo con adversarios políticos y por no caer en la lógica del enemigo, o de “ellos” versus “nosotros”.



“Están picados”, dijo el ministro secretario general de Gobierno, Jaime Bellolio, cuando surgieron algunas críticas al nuevo ministro del Interior, el exalcalde Rodrigo Delgado.

“Parece que algunas personas de oposición tenían escritas sus cuñas, sus tuits, antes siquiera de que asumiera el ministro del Interior. Sólo le cambiaron el nombre”, dijo, y aseguró que “están picados, esa es la verdad, porque el alcalde Delgado, cuando ejerció durante 12 años, tenía una altísima aprobación y esos parlamentarios que critican no la tienen (...), les pido que vayan a sus territorios, a sus distritos. Vamos a ver cómo les va en la próxima elección”.

Delgado asumió tras la sorpresiva renuncia de su antecesor, Víctor Pérez, gatillada por la acusación constitucional en su contra, fundamentalmente por su rol en el paro de camioneros (en que no aplicó la Ley Antibarricadas) y en el caso Pío Nono, en que un joven fue empujado al río en una protesta, tras ser impulsado por un carabinero, según la fiscalía.

El vocero también usó otra palabra para expresar su frustración por las críticas al gobierno: chatos. “Los chilenos están chatos de esa lógica de la política en que todo es malo, que cualquier cosa que haga el gobierno no vale la pena y bloquean todo”. Cabe señalar que la diputada Pamela Jiles también había usado la misma expresión a fines de octubre para referirse al ministro de Hacienda, Ignacio Briones, a propósito del segundo retiro del 10% de las AFP. Dijo que la tenía “podrida y chata”. Briones se quejó del uso del lenguaje, justamente, y dijo que “no hay cosa más indigna en la conversación que las descalificaciones personales”. Varios personeros de gobierno le dieron su respaldo.

¿Qué le pasó a Bellolio, entonces?

Es entendible el nerviosismo y hasta la ansiedad del ministro Bellolio con la tensa situación política que significa que el último ministro del Interior haya durado menos de 100 días en el cargo, una posición que otrora ostentaba gran estabilidad por su relevancia. Comprensible que sea difícil explicar esto a la ciudadanía y, además, intentar desdramatizarlo.

Pero no es aceptable que una autoridad gubernamental, nada más y nada menos que el vocero, no entienda la importancia del lenguaje y cómo su degradación en el discurso político va minando la democracia, lenta pero efectivamente. Sorprende, porque, además, en cuanto diputado, Bellolio se caracterizaba por su capacidad de diálogo con adversarios políticos y por no caer en la lógica del enemigo, o de “ellos” versus “nosotros”.

Pero en este rol, como la voz del gobierno de un debilitado Presidente Piñera, parece no comprender la responsabilidad de contención verbal que requiere su posición, especialmente tras el plebiscito, en que es importante marcar la nueva etapa que se abrió en Chile tras un proceso electoral impecable.

Porque las chilenas y chilenos están cansados de que los políticos se porten peor que ellos. Que pidan -o exijan- aquello que no son capaces de exigirse. Que se desgasten en peleas sin sentido, que vivan haciendo piruetas comunicacionales para mostrar su “identidad” política -o derechamente su vanidad política-, mientras millones siguen desempleados y el Covid aún enferma y mata. No hay espacio para pataletas y rabietas.

Una encuesta Criteria publicada el día del plebiscito reveló justamente eso: los chilenos quieren que los políticos se sienten, dialoguen, trabajen en conjunto -por lo demás, es su trabajo-, para sacar adelante cambios significativos que mejoren la vida de las personas a las que deben servir. Mostró que el 84,5% quisiera que el mundo político inicie un proceso de diálogo, se pongan de acuerdo. También reflejó una inclinación muy mayoritaria a que sean incorporadas visiones de distintos sectores políticos para resolver los problemas del país.

Y para ello es fundamental que eviten el tono crispado, conflictivo, divisivo y beligerante que han exhibido mayoritariamente hasta ahora.

Estados Unidos dio un espectáculo lamentable esta semana, con un presidente como Trump que ha degradado las palabras, empleando un lenguaje hostil, violento y polarizante, para luego sembrar el terreno para la falsedad y la mentira, que pusieron a su democracia en vilo. Mientras, el presidente electo, Joe Biden, ha sido cuidadoso y criterioso en todo, incluido por cierto el lenguaje que ha empleado.

Nuestro 25/O (el de 2019 y el del 2020) nos muestran favorablemente alejados de eso. Pero no se puede bajar la guardia. El lenguaje construye realidad y el principal comunicador del gobierno debiera saberlo. Predicar con el ejemplo, aceptando críticas y disensos con altura y argumentos es, simplemente, su deber.

Porque de peleas, ataques, palabrería infantil y odiosa, los y las chilenas estamos bastante cansados.

Chatos.

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