Columna de Sebastián Sichel: El balancín



Si se han subido a un balancín, entienden que la gracia del juego es que los pesos estén equilibrados para que sea entretenido el sube y baja. Si uno de los lados tiene mucho más peso, inmediatamente se arruina el juego, porque se tranca. Lo que están haciendo los extremos de izquierda o derecha en Chile es simplemente tratando de desequilibrar el balancín para que no se mueva y han engañado a todos haciéndoles sentir que el peso debe estar cargado. Como su votación es de nicho y no mayoritaria, lo han hecho a través del fanatismo: si no estás con ellos no cumples el estándar político o moral para considerarte conservador/liberal/progresista o de izquierda o derecha, o lo que sea y, al igual que Catón el Viejo, en Roma, son los censores de lo que debe ser la tradición usando las redes sociales como forma de mantener la polarización emocional entre lo correcto e incorrecto.

Han puesto el foco en la intolerancia a la crítica y hacer de “su verdad” razón suficiente para odiar al que piense distinto, haciendo de su “halo de superioridad” una vía para calificar como “vendidos” a quienes no comulguen con su óptica y de “corruptos” a los que duden. Esta simplificación es tal que ha capturado el sistema y hecho sentir a muchos en la disyuntiva que disentir con el Frente Amplio o Republicanos te puede transformar inmediatamente en un traidor en tu domicilio. El resultado ha sido una inhibición política paralizante: todos parece que quieren compartir la cama con esos fanáticos, sin cuestionarlos por miedo, comodidad o complicidad. Los valientes que han roto esa presión -Rincón y Walker, Amarillos, Parada y otros en la centroizquierda- han vivido la cancelación y sufrido la falacia ad hóminem de una izquierda que no soporta diferencias.

Irónicamente, lo mismo ha hecho Republicanos -y sus subproductos de campaña como el “Team Patriota”-, transformando en comunistas, cobardes o blandos a quienes no piensan como ellos. La estrategia es rabiosamente similar: el voto voluntario y un sistema político parlamentarizado han sido exitosos en dinamitar a quien considera su adversario en su nicho electoral; por eso Republicanos están obsesionados con la UDI y RN, como RD lo estuvo con el PS y el PPD, o Parisi se alaba con Pamela Jiles, porque su objetivo es fagocitarlos: ser ahora ellos el eje del poder y converger con la política institucional en la medida en que la subyugan (tal como lo hizo el FA-PC con el socialismo democrático). Su interés no es el proyecto político país: es fortalecer su partido o caudillo.

El triunfo de Boric y Kast en primera vuelta le dio sex appeal a esta estrategia: el FA demostró que le bastaba un 25% para gobernar si desgastaba -o hacia bailar a su ritmo- a la cultura de la Concertación y lograba competir con su extremo opositor a la derecha: ganó por defecto. Para eso construyeron una ucronía como relato, basada en la escandalosa falsedad de que triunfadores del pasado fueron Pinochet y Allende, y dividieron al mundo entre adictos al progresismo o al autoritarismo o entre el populismo salvador o la tecnocracia amoral. Emularon a Bukele, Maduro, Bolsonaro, Kirchner o Trump. El FA/PC y sus adláteres llegaron a querer hacer de Piñera un nuevo Pinochet e intentaron hacer caer su gobierno para luego gobernar. Y de cierta forma convencieron a la derecha de que ese era el camino: enfrentarse a golpes hasta que el otro cayera rendido, por la violencia o por el desgaste electoral. Y generaron su contraparte en una derecha alternativa refugiada en el viejo autoritarismo, que les hace el juego incestuosamente por necesidad: extremos de izquierda y derecha se atraen para monopolizar el debate. Pero todo esto es parte de una falsa representación de la realidad: movilizar minorías fanáticas a costa de grandes mayorías silenciosas.

Huelga asumir que así se destrozó nuestra democracia en los 70 y 80. Urge releer nuestra idiosincrasia: un país de clase media no polar, en que les va bien a quienes gobiernan para las mayorías y no para su ¼ de fanáticos y en que los chilenos no se debaten entre autoritarismo y marxismo, sino en sacar adelante sus vidas ganando en justicia sin sacrificar libertad. Lo peligroso es que si los demócratas no se atreven a contener a minorías fanáticas y las dejan ganar por walk-over o complicidad electoral, se va al carajo nuestra estabilidad y gobernabilidad.

¿Cómo defender la buena democracia? Una ventana se ha abierto en la existencia de cuatro listas y el voto obligatorio: centroizquierda y centroderecha pueden descubrir que tienen más en común que con los Parisi, Jiles, Teillier o De la Carrera de estos mundos y tender puentes entre ellos en vez de coquetear con quienes minan la democracia. Quizás es tiempo de que exploren un pacto que garantice la gobernabilidad futura del país. Y empiecen a perder el miedo de hacer un espacio político común, como en Alemania, como en Francia, como en Uruguay, y como en todos los lugares donde ha triunfado el sentido común por sobre la polarización o el populismo.

No tenemos que seguir el modelo que ha paralizado a Brasil, EE.UU., España, Italia o Perú. Debemos entender que hay una mejor forma para que funcione el balancín: en el equilibrio. Antes de que se detenga la democracia o se la robe un populista.

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