Columna de Carol Bown: Lecciones de un fracaso

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El estruendoso rechazo de los chilenos al proceso constituyente anterior se puede explicar por múltiples razones, con un trasfondo común: la visión excluyente y cancelatoria de una izquierda radical, sin apego ni a instituciones ni a conductas democráticas esenciales, impuso un texto que nada tenía que ver con lo que la mayoría de los chilenos quieren.

Muchas de las causas habilitantes de ese proceso fallido se han intentado subsanar desde el origen de este nuevo proceso. Sin embargo, es conveniente ponerle atención a riesgos que siguen vigentes y recordar algunos episodios poco memorables.

Entre las causas más graves del fracaso encontramos un sector político que demostró solo creer en la democracia en la medida que fuese un instrumento para imponer sus ideas. No estuvieron dispuestos a condenar el terrorismo ni la violencia como herramienta de consecución de fines políticos.

Cuestión aparte, grave y que no se puede dejar de apuntar, es el silencio y pasividad pública de un grupo de centro e izquierda democrática al que le faltó coraje y determinación para denunciar y distanciarse de aquello y su eco en la primera línea tuitera.

Los abusos de poder de una mesa directiva que declaraba ser un poder “originario, no derivado” y que, por lo tanto, no se sometía al “poder constituido”, fueron frecuentes. La imagen de Jaime Bassa exigiendo a Carabineros dejar en libertad a constituyentes detenidos porque “soy el vicepresidente de la Convención” es un recuerdo elocuente.

Las pérdidas de tiempo en materias que escapaban al mandato constitucional: las declaraciones sobre la liberación de los “presos políticos de la revuelta y del Wallmapu” o la comisión investigadora sobre derechos humanos que sesionó por semanas buscando establecer la “verdad histórica” también marcaron el proceso.

El caso Rojas Vade fue un punto de inflexión, pero los corpóreos y celebraciones desenfrenadas en la cara de los “perdedores”, desnudos en performances y discursos, así como la invalidación a priori de la experiencia o la técnica, generaron un daño irreparable a la credibilidad del proceso.

La prohibición de ingreso a la prensa al inicio, la ausencia de actas del “trabajo”, y la oscuridad que subsiste hasta hoy en la rendición de cuentas sobre dineros públicos fueron otros puntos bajos. Recursos entregados a las universidades que aún se niegan a rendir.

El maniqueísmo hecho reglamento, la permanente actitud de superioridad moral, el ánimo inquisidor del comité de ética que llegó a proponer reeducar a convencionales… en fin, una lista interminable de insultos al sentido común y a nociones democráticas básicas terminaron llevando a la mayoría a proponer absurdos.

Me quedo con tres lecciones. En lo técnico: no porque una norma diga que protege algo, lo hace. La propuesta rechazada estaba llena de seudo normas, que insinuaban algo y eran lo contrario. En lo político: la izquierda no ha renunciado a su programa de gobierno y no le importa que el 62% de los chilenos haya rechazado sus ideas fracasadas. Van a insistir, solo que con menos estridencia. En lo humano: cuando se busca lo mejor para las personas (no para un grupo, no para el Estado, no para las ideologías) es siempre más fácil y probable llegar a un acuerdo beneficioso para todos. Eso, solo se logra respetando la democracia siempre, sea cual sea el resultado, y poniendo persistentemente a las personas en el centro de la discusión pública y el Estado a su servicio.

Por Carol Bown, exconvencional

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