
Constitutio expiatorius

Por Enrique Araos, abogado
En física, la masa crítica es la cantidad mínima de material necesaria para que se mantenga una reacción nuclear en cadena. A su vez, en sociología, es la cantidad mínima de personas necesarias para que un fenómeno concreto tenga lugar. Así, el fenómeno adquiere una dinámica propia que le permite sostenerse y crecer.
Todo parece indicar que la noche del 12 de noviembre del 2019, la cantidad y agresividad de los manifestantes estaba cerca de alcanzar ese nivel crítico, traspasado el cual el fenómeno se haría inmanejable. Seguramente en Palacio analizaron distintas alternativas. Utilizar la fuerza ha demostrado históricamente poseer una eficacia casi absoluta -basta recordar la plaza de Tiananmen o la primavera de Praga-, pero ese es un camino que deja dolorosas secuelas, las que tarde o temprano pasan la cuenta. No lo sabremos nosotros. Y no siempre los agentes están dispuestos a desplegar la brutalidad que a veces resulta necesaria para aplastar el descontento.
A las autoridades, es claro, la revuelta les parecía irracional: nunca el país había estado mejor. Existían problemas, es cierto, pero si fuera por ese tipo de problemas, el mundo ya estaría en llamas hace mucho tiempo. De manera que, consciente o intuitivamente, enfrentados a un suceso incomprensible, las autoridades decidieron combatir los disturbios con un artilugio “no convencional”, que ha demostrado ser, sin embargo, tanto o más eficaz que la fuerza, un mecanismo animista que quedó incrustado en nuestros genes durante el curso de la evolución: la práctica del chivo expiatorio, que consiste en cargar la culpa sobre cosas, animales o personas que habitualmente no tienen responsabilidad alguna en las calamidades. Es más, pareciera que entre más inocentes sean las víctimas propiciatorias, mejor actúa el remedio. De lo contrario, no estaríamos hablando de expiación, sino de simple represión o venganza, las que carecen de los poderosos efectos curativos del inofensivo chivo.
En la antigüedad, un sacerdote extendía sus manos y depositaba sobre la cabeza de un macho cabrío elegido para el efecto, todas las culpas, los pecados, las iniquidades y las transgresiones del pueblo y luego lo mandaba al desierto a morir. Ese día quedaba todo el pueblo purificado, limpio de todo pecado y saldada toda cuenta pendiente con Jahvé.
Este rito, de cerca de cuatro mil años de antigüedad, de una u otra forma se repite a lo largo y ancho del mundo y de la historia, hasta nuestros días. Es así como inmediatamente después del terremoto del año 1960, el mar arrasó las costas del sur obligando a la población a huir hacia los cerros, como aconteció con la comunidad indígena de Collileufú, que atribuyó la catástrofe al desagradecimiento del pueblo mapuche a los dones de la vida. La machi convenció a su comunidad que el único medio para aplacar la furia de la naturaleza era sacrificar a un niño, elección que recaería en Juan Painecur, un niño dejado a cargo de su abuelo. Huelga decir que los homicidas fueron absueltos por la justicia.
El año 480 AC el rey persa, Jerjes construyó un puente para cruzar su ejército desde Asia hacia Europa e invadir Grecia. Cuando la construcción estaba casi terminada, la violencia del mar destruyó la obra. Irritado, el rey ordenó dar a las insolentes aguas 300 latigazos, bien aplicados, mientras lo insultaban con todo tipo de oprobios e injurias. Luego ordenó reconstruir el puente. Sin problemas esta vez, por supuesto. De la misma forma que la costa valdiviana tampoco ha vuelto a sufrir embates como el del año 1960.
El domingo 25 de octubre, la feligresía local, en forma masiva y entusiasta, aprobó la inmolación de la víctima que se les ofreció -una Constitución con nombre y apellido-, esperanzada de que las misteriosas fuerzas que distribuyen los bienes y las calamidades entre los humanos recibieran el sacrificio con agrado y nos concedieran aquello que cada uno de nosotros tanto desea, buenas pensiones, salud accesible, educación de primer mundo, que los automovilistas respeten a los ciclistas, que los ciclistas respeten a los peatones, que los criadores tengan agua para abrevar a sus animales y que los amantes de las hamburguesas sean expulsados de la universidad y miles de cosas más, que no por omitirse en esta columna dejan de ser importantes. Son muchas, es cierto, pero el precio pagado debiera alcanzar.
En la etapa que viene, es bueno recordar que si bien Jerjes pudo aplacar al mar, su expedición fracasó meses después, luego que la flota griega, de menor tamaño pero más homogénea y hábilmente dirigida, venciera en Salamina a la marina persa, formada por una multitud de pueblos distintos, muchos de los cuales ni siquiera podían entenderse entre ellos. El grado de disenso de la armada persa queda admirablemente reflejado cuando, en medio del combate, la reina Artemisa que comandaba su propio trirreme, acosada por los navíos griegos, encontró su escape y salvación embistiendo a otra embarcación de su propio bando.
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