Cuando las palabras no bastan

TOQUEDEQUEDA-PORTADA
Efectivos militares durante el toque de queda/ Referencial. Foto: Agencia Uno


Es incómodo escribir sintiendo que las palabras no bastan. Pero luego me doy cuenta que sin ellas es imposible enfrentar lo vivido. Sin un diálogo sincero, como sociedad y como mundo político responsable de dar gobierno a Chile, solo nos cabe resignarnos al fracaso; a la prolongación de una violencia que puede seguir destruyéndonos, y no solo materialmente; a no dar un paso más allá de la ruina humeante.

Tenemos que sacar al país del espiral de violencia, aun a sabiendas que demorará. Pero eso supone decidirse como sociedad a sentarse y ver cómo solucionar las indignaciones justas de la gente. La experiencia de otros países -Francia, Ecuador, Cataluña y más- nos han ya advertido de cosas que sirven y no. Los políticos -gobernantes, parlamentarios, alcaldes, partidos- que practican, amparan, convalidan o intentan capitalizar para sí la violencia, son obstáculo a una solución. También lo es rechazar la movilización de militares en la emergencia; estoy seguro que preferirían ellos no estar en las calles, pero todas las democracias en trances de desborde como los de este fin de semana se ven forzadas a movilizarlos; otra cosa es dar vía libre a desmanes y saqueos. Por lo demás, solo remedian parcialmente consecuencias de lo que la política ha sido incapaz de resolver. También, como ocurrió en Brasil, recordemos que la demagogia populista termina en corrupción y en Bolsonaro. Tampoco resuelve clamar por renuncias de los otros. La política es indispensable para superar esta situación, pero no cualquiera sirve a ese propósito.

Es momento de afirmar categóricamente que la práctica o convalidación de la violencia solo alimenta nuevas violencias frente a ella. Es caer prisioneros de su espiral. La vida me ha enseñado que en el límite, siempre la violencia del orden establecido tiene más capacidad de ganar cuando esta se impone como forma de resolver desacuerdos y crisis. Euforias e ilusiones mutan en lamentaciones. Con el agravante que en los escasos ejemplos donde ganan los otros violentos, solo cambian quienes la imponen, pero jamás la suerte de los pueblos que la sufren. Los violentos siempre se sueñan construyendo paz futura, pero más allá de la autoestima de todo vencedor, lo que construyen son sociedades de exclusión y violencia hacia quienes no están con ellos o no se someten.

Esto no es de oposición versus gobierno. Es como al final de la dictadura, un diálogo y acuerdo nacional, social y político, para salir de algo que nos afecta a todos y debe terminar. Es un trance de esos que se dan pocas veces en la vida de los países: construir un nuevo pacto político y social. Como entonces, los que se refugian en el statu quo por temor al cambio, los instigadores del camino de la violencia, los oportunistas y populistas, solo terminan siendo fracasados prolongadores de lo que debe terminar.

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