Pulso

Desde el re-confinamiento

Andres Perez

Muchos se preguntaban si acaso habría verano. Debíamos levantar la economía y satisfacer las ansias de disfrutar de la vida mientras fuese posible. Los avezados aprovecharon los precios bajos para reservar sus vacaciones mientras los dubitativos esperaron tener más claridad de la situación. Finalmente, los europeos tuvieron su verano, promovidos por gobiernos envalentonados por la caída en la tasa de contagios y la necesidad de reactivación.

Pero volvieron los temores. En la vuelta a clases de septiembre subieron los casos de contagio y comenzaron mayores medidas de protección: multas por no usar la máscara, cierre de restaurantes a las 10 p.m., mayores imposiciones de teletrabajo. Sin embargo, los colegios siguen abiertos y el gobierno ha comprometido que el cierre será una medida de última necesidad.

En algunos casos, la mayor imposición de restricciones ha quebrado la tregua política entre gobierno locales y nacionales. Por ejemplo, en Marsella y en Madrid han surgido protestas avaladas por autoridades locales frente a los intentos de los gobiernos de Francia y España por elevar las restricciones para reducir las tasas de contagio.

Mientras en ambos países los contagios diarios están cerca de 200 por millón de habitantes (Chile está en ~100), Italia y Alemania han logrado mantener el virus a raya con apenas 25 contagios. Tal disparidad apunta a diferencias en la disciplina de la población, el paulatino levantamiento de restricciones, la alta aceptación popular de las medidas y la capacidad del gobierno de imponer sus políticas.

Interesante también resulta el caso de Suecia, actualmente con un nivel de contagios tan bajo como Italia y Alemania, a pesar de nunca haber confinado a la población. La Constitución sueca, en lugar de otorgar la decisión de confinamiento a los políticos, la delega en un instituto técnico: la Agencia de Salud Pública. Su director, Anders Tegnell, ha sido calificado por algunos como un epidemiólogo testarudo y desalmado, mientras otros lo consideran un visionario, cuya aproximación racional se diferenciaría del pánico de los políticos.

Durante la primera fase de contagio, Suecia se elevó en los rankings de mortalidad, sin embargo, el tiempo ha dado a Tegnell algunas victorias: sus indicadores de muertes totales per cápita no son bajos, pero resultan menores a los de Estados Unidos, España, Inglaterra, Perú o Chile, mientras que la actual tasa de contagios y mortalidad está entre las más bajas de Europa.

Tegnell ha explicado que su política de apertura es la “búsqueda de una solución sustentable a un problema que no tendrá fácil ni rápida resolución. Esta es una enfermedad con la que lidiaremos por un tiempo prolongado, por ello debemos construir sistemas para lidiar con ella”. Para el epidemiólogo, quien se ha transformado en una figura de culto en Suecia, el confinamiento total es “usar un martillo para matar una mosca”, pues encerrar a la población acarrearía otros problemas de salud pública quizás mayores a los del coronavirus.

A los problemas ya conocidos del confinamiento extendido, como educación debilitada y juventudes ociosas, pérdida de ingresos y destrucción de empleos, mayor desigualdad y menor tejido social, han surgido argumentos serios que relacionan el encierro con la polarización política y la creciente violencia social.

Hannah Arendt, gran filósofa del siglo XX, relacionaba la soledad y el aislamiento con la intolerancia política. Cuando nos escindimos de la sociedad encontramos cobijo en identidades maniqueas, que crean un sentimiento de pertenencia dividiendo al mundo entre nosotros y ellos, en caricaturas de buenos y malos. Un terreno fértil para la manipulación política, basados en promesas que deslegitiman cualquier propuesta que no sea la propia.

** El autor es Ingeniero civil UC y MBA/MPA de la Universidad de Harvard

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