Divagaciones sobre el 18/O

Hinchas, Plaza italia, Plaza Baquedano


No fueron 30 años, pero sí 12. En 2008, luego de dejar atrás la pobreza, la crisis internacional quitó piso al sueño de una sostenida prosperidad. Coincidió con un agotamiento de la Concertación. Desde entonces, las alternancias probaron que cada cuatro años las esperanzas terminaban en decepciones.

No es raro que la derecha no haya sabido qué hacer con la desigualdad. Nunca han sabido. Les incomoda y enreda si se hace bandera de multitudes.

Pero también fracasaron gobiernos de izquierda de estos 12 años. Como el de la Nueva Mayoría, que entendió la centralidad de la desigualdad, pero no supo qué hacer con ella. Tuvo malas recetas y peor gestión. Demolieron la educación particular subvencionada donde estudiaban los hijos de esa clase media y abandonaron la educación pública preescolar y básica, aconsejados por dirigentes del FA obsesionados en capturar para “sus universitarios” recursos que el Chile desamparado necesitaba. No hicieron mucho después del Plan Auge de Lagos para dotar de salud decente a los chilenos y paralizaron la construcción de hospitales porque les repugnaban las concesiones: terminaron con hospitales más caros y fuera de plazo. Tomaron el Estado como botín, lo llenaron de militantes bien pagados y dieron pábulo a acusaciones de falta de probidad y tráfico de influencias en gobierno, Parlamento y alcaldías como la anterior de Providencia, Valparaíso o San Ramón. Paralizaron el crecimiento económico y la inversión, con costosas consecuencias sobre las desigualdades.

Pero quizás más grave, no supieron ver la desigualdad más cotidiana. Aquella de una ciudad desintegrada. “Patchwork” de barrios esplendorosos y otros caracterizados por el hacinamiento, la precariedad y ubicados en una distante periferia que los condenaba a viajar en un Transantiago de grosero bajo estándar. Para peor, los desiguales de abajo conocen ambas islas, no así los de arriba. Trabajan en viviendas, jardines, malls, comercios y servicios de los barrios prósperos, se percatan de otras calidades de vida y para llegar allá deben mamarse horas en Transantiago. Si la izquierda fuera seria, se preguntaría por qué, mientras se llena la boca con una gratuidad universitaria que despilfarra lo que la desigualdad viene reclamando para otros usos, solo a Lavín le urge lo que la mayoría más pobre reclama: “integración y protección social”.

Se alternaron gobiernos, pero abusos privados persistían. La acumulación de sucesivas decepciones, ahogo económico y falta de respuestas, culminaron en un 18/O. Tampoco han sido capaces de distinguir -¡y resolver sin más demora!- causas justas y sociales del 18/O, de aquellas oportunistas del violentismo ultra con que algunos coquetean, aliado a narcos y barras bravas. Absortos en la guerra oposición–gobierno, les resbalan las desigualdades más visibles. Visto desde hoy, el 18/O es menos sorprendente.

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