Educación para un futuro compartido

Fotografía: Patricio Fuentes


Por Rosa Devés, rectora Universidad de Chile

En días en que los chilenos y chilenas nos preparamos para tomar decisiones respecto de nuestro futuro común, la discusión pública plural, transparente e informada cobra una relevancia trascendental. Es difícil imaginar que podremos delinear ese horizonte sin asegurar un ambiente que nutra el sentimiento de pertenencia a una misma comunidad y el respeto por el bien común. Preocupan, entonces, las señales crecientes de desconfianza interpersonal e institucional que se expresan en nuestras interacciones a nivel nacional, lo que nos lleva a preguntarnos sobre nuestra responsabilidad como educadores.

Recientemente hemos conocido el informe de la Unesco titulado “Reimaginar juntos nuestros futuros: Un nuevo contrato social para la educación”, que es a la vez un llamado de alerta y una propuesta sobre cómo aprovechar el potencial transformador de la educación como vía para un futuro colectivo sostenible. En este se nos urge a trabajar para superar la discriminación, la marginación y la exclusión a través de un compromiso global con el diálogo social, el pensamiento y la acción conjunta.

Los conceptos propuestos por la Unesco dialogan y concuerdan con los fines de la educación enunciados en el texto de la Propuesta Constitucional. Ambos buscan ofrecer un marco común de entendimiento para abordar la formación de personas en las próximas décadas, fundado en que la educación es un proceso de formación y aprendizaje permanente a lo largo de la vida, esencial para el ejercicio de los demás derechos.

Los fines de la educación de la Propuesta Constitucional, enunciados como propósitos colectivos, a saber: la construcción del bien común, la justicia social, el respeto de los derechos humanos y de la naturaleza, la conciencia ecológica, la convivencia democrática entre los pueblos, la prevención de la violencia y discriminación, están así alineados con los desafíos globales para alcanzar una sociedad capaz de sostener diálogos horizontales y democráticos con diversos grupos y promover una ciudadanía intercultural.

Hace casi 80 años, Amanda Labarca ya escribía en las “Bases para una política educacional” sobre la importancia de educar en el civismo considerando, entre otras dimensiones, “el afecto instintivo por el sitio en que vivimos, por el paisaje que nos es familiar, por la patria cuya historia estamos haciendo en común, el sentido de responsabilidad nacional y la práctica de la colaboración honrada orientada hacia el bien común”. También nos instaba a educar para aprender a convivir, aclarando que esto solo puede lograrse por medio del ejemplo y la experiencia: enseñar haciendo.

Trabajaremos para que el llamado de Amanda, los acuerdos globales y nuestras esperanzas de futuro compartido, se traduzcan en un genuino compromiso por desprendernos de privilegios y prejuicios para trabajar en conjunto y hacer de Chile un país más justo e inclusivo.

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