El 8 de marzo, la libertad y la Convención

Manifestación por el 8M en las afueras de la Convención Constitucional. Foto: Sebastián Beltrán Gaete / Agencia Uno.


Por Rosario Corvalán y Daniela Constantino, asesoras legislativas, ONG Comunidad y Justicia

Abundaron manifestaciones y performances este 8 de marzo en el edificio del ex Congreso: el feminismo se ha hecho notar dentro de la Convención. Desde su instalación, vimos convencionales mujeres con pañuelos verdes y morados. Luego vino la incorporación de normas con perspectiva de género en los reglamentos, y ni nos dimos cuenta cuando ya una norma de justicia con enfoque de género había sido aprobada en el Pleno. Abundaron también las iniciativas populares feministas; por nombrar un par de ejemplos, “Ni la tierra ni las mujeres somos territorio de conquista”, “El derecho a la salud sexual y reproductiva con enfoque de género, feminista, interseccional y pluralista”, “No al borrado de las mujeres - Constitución sexuada - no neutra”, “Será ley”; siendo algunas de ellas discutidas en la Convención por haber reunido las firmas necesarias.

Sin duda, una de las más polémicas ha sido “Será ley”, una iniciativa sobre derechos sexuales y reproductivos que reunió alrededor de 38.000 firmas. En ella se incluye el “derecho al aborto sin interferencia de terceros, instituciones o agentes del Estado”, de lo que se puede deducir que, a priori, la propuesta es de aborto libre (sin límite de semanas ni necesidad de invocar alguna causal), y que, también a priori, no habría derecho a objeción de conciencia.

La norma ha sido defendida desde el discurso de la autonomía, la liberación y el empoderamiento. Sin ir más lejos, hace unos días la convencional Tammy Pustilnick tituló una columna, en este mismo medio, “Aborto: las seis letras de la libertad”. En ella, la convencional se pregunta “¿qué esperamos ahora y justo en este mes de marzo verde violeta? Que cuando este artículo suba al pleno, se consagre como un derecho, la libertad de cada mujer de decidir sobre su cuerpo aceptando que es autónoma y libre”.

Sus dichos nos recuerdan a los del Presidente de Argentina en la promulgación de la ley de aborto libre en dicho país, cuando lamentaba que las mujeres embarazadas corrieran el riesgo de ser despedidas de sus trabajos. Él, en su magnanimidad, celebraba que dicho riesgo pudiera ser evitado con esta nueva ley.

Es desesperanzador ver en este día a mujeres que, creyendo luchar por nuestros derechos, nos hacen un flaco favor al gritarnos que las consecuencias de un embarazo no deseado recaerán solo sobre nosotras.

“¿Pensarán que obligaremos a abortar a mujeres que no quieran hacerlo?”, se pregunta luego la convencional. La respuesta es no, no pensamos eso. Pero sí pensamos que una norma como ésta obligaría a objetores de conciencia a colaborar directamente con un aborto (el 63,8% de las objetoras de conciencia en la ley de aborto en 3 causales son mujeres, según un estudio de la doctora Adela Montero, de la Universidad de Chile), y sí pensamos que abre más espacio aun para que los hombres, padres de esos hijos, presionen a las mujeres a abortar, ahora con el amparo de la ley y la Constitución (el 44.4% decide abortar por coerción de la pareja, los padres o de un tercero con o sin violencia doméstica, según un estudio del Dr. Elard Koch).

¿Se han preguntado los convencionales qué tan libre es la mujer que aborta? ¿Lo hace desde la libertad y el placer o lo hace desde la vulnerabilidad y la desprotección? El aborto es siempre una realidad dramática e injusta, porque pone fin a la vida de un ser humano inocente e indefenso, y también porque, como tantas veces se ha dicho, la mujer que aborta no lo hace porque “un día amaneció con ganas de abortar”, sino porque se encuentra frente a un escenario adverso. No nos leamos la suerte entre gitanas; si el aborto es “libertad” para alguien, es para el hombre. Para la mujer, en cambio, es un yugo.

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