
El Cártel de Boric

En 1995, los politólogos Richard Katz y Peter Mair definieron una nueva criatura política: el partido cártel. Una estructura de poder en la que los partidos dejan de representar a la ciudadanía para dedicarse a repartirse el Estado como botín, blindarse mutuamente, cerrar el paso a la competencia y sobrevivir, no por mérito ni ideas, sino por el acceso a recursos públicos.
¿Suena familiar?
Lo que vivimos hoy en Chile no es solo el caso ProCultura. Es la cristalización perfecta de ese modelo cartélico: fundaciones fachada, operadores disfrazados de expertos, contratos sin licitación, redes de protección cruzadas, silencios sincronizados y millones de pesos públicos circulando entre los nuevos de siempre. Esto no es un accidente. Es un sistema. Es un mecanismo. Es el Cártel de Boric.
No es una imputación, es una descripción de lo evidente. Un entramado de poder construido con estética juvenil, lenguaje inclusivo y superioridad moral impostada. Nos prometieron superar la vieja política. Nos ofrecieron un “estándar ético superior”, como repetía Giorgio Jackson con la devoción de un parroquiano ilustrado. Pero mientras hablaban de transparencia, armaban fundaciones para desviar recursos, nombraban amigos en cargos clave y usaban el nombre del Presidente para presionar a funcionarios. Sí, lo dijo la propia cofundadora de ProCultura a la PDI: que Alberto Larraín aseguraba tener “línea directa” con Boric para conseguir contratos.
Y claro que la tenía. Hicieron campaña juntos, lives en redes, columnas compartidas. En el gobierno, aunque no alcanzó ministerio, Larraín entraba a La Moneda como por su casa. Porque ProCultura no era cualquier ONG. Era, junto a Democracia Viva (y tantas otras), el brazo ejecutor del nuevo oficialismo. La elegida para mover cerca de $ 6.000 millones en pocos años, muchas veces sin licitación, sin control, sin rendiciones claras. Y, en no pocos casos, con severos incumplimientos.
Aunque intenten distraer con teorías conspirativas, citando a Hitler o culpando a gobiernos anteriores, los datos no mienten. La curva de traspasos a ProCultura se dispara con la llegada de Boric al poder. La cuenta corriente crece, al igual que el catálogo de actividades del psiquiatra, que devino en un verdadero todólogo: restauración de iglesias, pintura de fachadas, prevención del suicidio, fortalecimiento comunitario, todo junto, todo facturado. Una fundación multitask, o mejor dicho: chasquilla.
¿Y qué hace el Presidente cuando estalla el escándalo? ¿Pide renuncias? ¿Reconoce sus vínculos con Larraín? ¿Entrega alguno de sus varios teléfonos? Nada de eso. Se va de viaje y se concentra en opinar sobre la cultura japonesa y los pokemones. Un verdadero estadista.
Y lo más insultante: siguen hablando como si fueran los buenos. Como si aún tuvieran derecho al podio ético. Como si los convenios truchos, los funcionarios fantasmas, los documentos desaparecidos y los programas ficticios fueran meros errores administrativos. Un par de desprolijidades. Nada más.
No, señores. Esto no es un caso de corrupción más. Esto es la captura organizada del Estado. Es un modelo de saqueo con cara amable y discurso progresista. Un modelo que instrumentaliza la salud mental, abusa de la miseria en los campamentos y convierte la militancia en franquicia. Un cártel de falsos redentores que llegaron a servirse del Estado mientras predicaban que venían a salvarlo. Y mientras millones de chilenos esperan por una cirugía, una vivienda, una sala cuna o una pensión, ellos siguen brindando con fondos públicos y posando para la foto con cara de culpa bien peinada y ojitos de piscina.
El Cártel de Boric no es solo inmoral. Es un insulto a la inteligencia nacional y el símbolo máximo del cinismo contemporáneo. La traición política convertida en discurso. Porque cuando los que prometieron limpieza se embarran con entusiasmo, ya no hay retorno posible.
Y en este momento de clímax moral, vale la pena recordarles aquello que tanto coreaban en campaña, con el puño en alto y León Gieco como mantra generacional:
“Dicen que la juventud no tiene
para gobernar experiencia suficiente…
Menos mal que nunca la tenga
experiencia de robar,
menos mal que nunca la tenga
experiencia de mentir”.
Pero ustedes no solo demostraron experiencia para gobernar mal. También han acumulado experiencia de sobra para robar, mentir y esconder. ¿Es el fin del Frente Amplio? ¿O el Cártel de Boric logrará detener la investigación judicial y hacer que todo se olvide? La remoción del fiscal Cooper es una muy mala señal.
¿Quién está presionando al fiscal nacional?
COMENTARIOS
Para comentar este artículo debes ser suscriptor.
Lo Último
Lo más leído
1.
2.
3.
¿Vas a seguir leyendo a medias?
NUEVO PLAN DIGITAL $1.990/mesTodo el contenido, sin restricciones SUSCRÍBETE