El dilema que abre la tercera dosis
La insuficiencia de vacunas en muchos países requiere una urgente respuesta global, pero ello no debe llevar a minimizar las razones que justifican una dosis de refuerzo.

Si en 2020 la preocupación a nivel mundial era lograr dar con vacunas eficientes que pudieran contener la expansión del coronavirus, el dilema que ahora se tiene entre manos es si los países desarrollados y aquellos de ingresos medios -que concentran el 80% de las dosis disponibles, pero menos de la mitad del total de la población mundial- deben dar curso a una tercera dosis a modo de refuerzo, o si en cambio ha de privilegiarse el envío de vacunas hacia las zonas más pobres, como África, donde numerosos países ni siquiera han logrado inocular al 1% de su población.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido categórica en cuanto a la necesidad de distribuir urgentemente vacunas hacia las naciones que carecen de ellas, porque de otra forma no será posible contener la pandemia -en la medida que hay más circulación viral, existe mayor riesgo de que surjan nuevas variantes-; otras voces también esgrimen razones humanitarias, pues resulta evidente que el personal médico y la población en general corren mucho más riesgo de enfermar y morir a causa del coronavirus.
La OMS ha solicitado concretamente que las dosis de refuerzo se aplacen hasta fines de septiembre -también que se postergue la vacunación de adolescentes-, para lograr que el 10% de la población mundial acceda a lo menos a una dosis. Sin embargo, varias de las principales potencias ya han tomado la decisión de avanzar hacia la tercera dosis, entre ellas Estados Unidos, que comenzará con la población de mayor edad. En América Latina a lo menos cuatro países ya anunciaron que lo harán o bien ya comenzaron con dicho proceso, como es el caso de Uruguay y Chile. Para el caso de nuestro país, cientos de miles de personas ya han recibido la dosis de refuerzo, confirmando que la propia población confía en la vacunación y estima valioso recibir esta protección adicional.
La tensión entre tercera dosis o privilegiar a países rezagados es inevitable desde el momento que la producción mundial de vacunas contra el Sars Cov-2, si bien ha aumentado exponencialmente -ya se han fabricado más de 4 mil 800 millones de dosis-, todavía es insuficiente para cubrir los requerimientos de toda la población mundial. Una de las razones que ha motivado a varios países desarrollados a optar por la dosis de refuerzo es la amenaza que representa la variante Delta. Esta se ha propagado sin control, pero especialmente entre aquella parte de la población que no se ha vacunado, que sigue siendo considerable. Para el caso de Estados Unidos, todavía un 40% de su población no accede a la primera dosis -algo similar ocurre en Chile, si se considera el conjunto de la población-, lo cual hace improbable que hasta que no se logren tasas cercanas al 80% de inmunización general, los gobiernos renuncien a parte importante de sus vacunas en favor de terceros.
Hay un debate abierto entre la comunidad científica si acaso es realmente necesaria una tercera dosis. La OMS insiste que no existe aún evidencia contundente que lo justifique, mientras que otras voces han hecho ver que es natural que las vacunas vayan perdiendo efectividad a medida que pasa el tiempo, pero que ello no implica que las personas pierdan la inmunidad. Investigaciones que se han llevado a cabo en países como Estados Unidos o Israel muestran que incluso aquellas vacunas que han probado ser altamente exitosas en frenar los contagios y decesos, como es el caso de Pfizer-BioNTech, podrían requerir al cabo de cierto número de meses algún tipo de refuerzo. Para el caso de Chile, una reciente investigación mostró que quienes han sido inoculados con Coronavac, con el paso de los meses muestran una disminución de anticuerpos, en especial entre aquellos de la tercera edad, lo que justifica un refuerzo, sobre todo cuando la amenaza de la variante Delta sigue latente.
Resulta por tanto algo antojadizo pretender reducir el debate de la tercera dosis a un mero afán de acaparamiento de vacunas o a una suerte de egoísmo. Los países que han optado por esta fórmula tienen razones justificadas para ello, si bien frente a un virus que aún esconde muchos misterios será inevitable el ensayo y error. La necesidad de enfrentar globalmente la falta de acceso de muchos países a vacunas es urgente y requiere una respuesta coordinada a nivel internacional. En ello la OMS tiene un rol que jugar, pero su credibilidad se ve afectada cuando en su afán por repartir más vacunas incurre en simplismos o minimiza la importancia de una tercera dosis, cuando va cundiendo la evidencia de que esta puede ser necesaria.
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