El empacho, días después



Por Alfredo Jocelyn-Holt, historiador

Lo del domingo no fue una sorpresa. Nada cambió sustancialmente. Se volvió a confirmar que la Constitución está desahuciada a la vez que vigente (así de sibilino el dictamen). La abstención se mantuvo más o menos constante (no hubo un despertar digamos que cívico). Y en cuanto a que el Rechazo venciera en comunas de altos ingresos, que tiene a algunos exclamando ¡Eureka!, resulta tan asombroso como el que el PC nos notifique de nuevo que no va a deponer su tolerancia para con la violencia, o que la oposición y el gobierno sigan divididos internamente. Comprensible, los plebiscitos no suelen ser concluyentes. No acaban con historias porfiadas; plantean márgenes probables; mitigan riesgos, ganan tiempo; sirven para que las decisiones de fondo se posterguen.

De ahí que a lo que más se parece este plebiscito es al de 1989, aunque en alcanzar niveles propios de democracias populares el anterior sigue llevando la delantera (91,25% de chilenos votó a favor del Apruebo entonces, bastante más que el domingo). Y, puesto que nadie cotiza este referéndum recordemos en qué terminó. En el consensualismo chato de los años 90, todos de acuerdo, disfrazados de jaguares. Lagos en dicha ocasión dijo estar convencido que vendrían otras modificaciones constitucionales; con todo, las más significativas (las del 2005 en su gobierno) terminaron demorando dieciséis años, para en nuestros días, tras otros quince, estimárselas finalmente fútiles. No hay caso con la física, la gravedad aterriza, y si se presume que se tienen todas las de ganar, nunca falla. Cuando se sube el Aconcagua, hay que bajar después, nadie se queda allá arriba para siempre.

¿Debiéramos entonces despreocuparnos? No. Vale la pena leer a James Madison sobre facciones o a Alexis de Tocqueville. Advierten, en especial este último, sobre la “omnipotencia de la mayoría” (habla también de tiranía) en la Norteamérica democrática, cuna de virtudes y vicios. La mayoría -escribe- “está revestida de una fuerza a la vez material y moral, que obra tanto sobre la voluntad como sobre las acciones, y que impide al mismo tiempo el hecho y el deseo de hacer”. ¿Dónde habrá que acudir cuando a un individuo o partido se les pasa a llevar y luego debe desagraviar?, ¿a la opinión pública, reflejo de la opinión de la mayoría, a la legislatura y sus mandatos dominados por ella, al Ejecutivo impuesto por la mayoría, a los hombres armados y a los jurados, siendo ella también quien los inviste? En semejante pantano al individuo se le anula; “la mayoría marca un círculo formidable en torno al pensamiento” y aun cuando dentro de dichos límites se es libre, “¡ay si se atreve a salir de él!” A Tocqueville se le ha tenido por profeta -anticipó nuestra actual demanda democrática y corrección política-, pero en verdad le bastó con entender sus lógicas.

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