El fin de la derecha tradicional

Pareciera que, como ocurrió con la Nueva Mayoría tras la caída de Bachelet, primarán las pequeñas agendas, los pequeños cálculos en la reconstrucción, con los republicanos convertidos en los duros de verdad, como lo fue en su tiempo el Frente Amplio.



El hasta ahora desconocido diputado del Partido Republicano, José Carlos Meza, dio una cuña a un canal de televisión para manifestar su oposición al acuerdo de Escazú. Entre otras frases llamativas dijo que “Escazú es la forma que ha encontrado la izquierda tradicional para meter su odiosidad en nuestro país” (sic). Otro diputado del mismo partido, un poco más conocido, armó una pataleta en redes sociales al divulgarse una foto del Presidente leyendo el epistolario de Diego Portales. Evidentemente no leyó nunca al ex ministro, quien debe estar revolcándose en su tumba viendo cómo la Convención crea un estado regional y busca limitar el presidencialismo. Los dos casos reflejan la intención de los republicanos de ser la voz más llamativa de la oposición, sin reparar en nada. Esta línea del Partido Republicano recuerda a veces a Lucio Sergio Catilina, el político romano que eligió la espectacularidad, las falsedades y el escándalo para tratar de derribar a la República. El problema es que la centroderecha no tiene ningún Cicerón para detenerlo.

La oposición más tradicional se quebró esta semana, en la elección de la presidencia de la Cámara Alta. El senador Ossandón se paseó por varias radios hablando de traición, y de mal cálculo, al pasarle el Senado a la izquierda. En respuesta, varios en el sector plantearon que iba a hacer un mal negocio con el ministro Jackson, a quien le había pedido apoyo a cambio de votos clave para la reforma tributaria. Para el sector, como bien describía Maquiavelo, la pérdida probable de patrimonio con un aumento de los impuestos era peor que un presidente socialista en el Senado.

También es llamativo la retirada en silencio del gobierno anterior. Pareciera a la luz de los acontecimientos que Piñera gobernó hace muchos años y no solo hace pocos días. Sus ministros desaparecieron de la luz pública, y no se ha visto, salvo la ex ministra Hutt en este medio, una estrategia de defensa del legado de su gobierno, como tanto se anunció en el verano.

¿Cuál es el camino de la derecha en este nuevo contexto? ¿Dejar que las cosas pasen, que los republicanos se conviertan en la oposición más llamativa? Hasta ahora no se ve un relato claro, sino pulsiones reactivas ante el nuevo gobierno, y en especial las acciones de la Convención Constituyente. Pareciera que, como ocurrió con la Nueva Mayoría tras la caída de Bachelet, primarán las pequeñas agendas, los pequeños cálculos en la reconstrucción, con los republicanos convertidos en los duros de verdad, como lo fue en su tiempo el Frente Amplio.

Por otro lado, la Convención pone desafíos al sector. Con la serie de rechazos de informes de comisiones claves, se ve difícil la posibilidad de un acuerdo, incluso entre los sectores de izquierda. Hasta ahora lo que se ha aprobado no tiene el estándar de ser una Constitución como la que dibujó el Presidente en su discurso de la Plaza de la Constitución. No hay otro camino para salvar el proceso que no sea el acuerdo amplio, con todos entregando un poco, y en ello es clave la derecha, por su peso electoral, pero también por su importancia en la historia del país. El riesgo que primen las pequeñas agendas, y por tanto se imponga la voz populista del Partido Republicano que abusará de la comunicación directa para infundir temor a la izquierda, y parar cualquier acuerdo, es enorme.

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