Columna de Héctor Soto: El imperio de la pequeñez



¿Es posible establecer alguna conexión entre el difícil momento que está viviendo el país y el clima político imperante en la actualidad? ¿Existe alguna coherencia entre la magnitud de los actuales desafíos -que son sanitarios, sociales, anímicos, económicos, comerciales, educacionales, entre otros planos- y la pequeñez del debate público? ¿Hay mejor evidencia de desconexión de la élite política con la realidad cuando, por una parte, el país se está viniendo abajo a raíz de la feroz contracción económica y, por la otra, pareciera que los únicos temas relevantes de la discusión pública son si el Presidente debió llevar un salvoconducto el día que fue a comprar vinos para su casa o si el Ministerio de Salud está trampeando en el conteo de los muertos por Covid?

Así como los retos difíciles suelen sacar lo mejor de las personas, así también las crisis, por lo visto, pueden poner en evidencia lo peor de ellas. No hay que ser necesariamente profesionales del fatalismo para establecer que la política está conversando poco con el Chile real. Y sería desde luego injusto imputarlo todo a la bellaquería y mala fe de las dirigencias.

Lo que estamos viviendo no es otra cosa que un efecto de la polarización. La polarización es una dinámica artera. Se trata, como la inflación, de uno de esos fenómenos sociales que se retroalimentan a sí mismos. Hay desde luego activistas cuyo propósito es polarizar y generar conflicto allí donde no lo hay y podría haberlo, y a eso dedican sus mejores horas del día. Hay incautos que se dejan arrastrar por los dictados de odiosidades minuciosa y deliberadamente construidas y transmitidas. No solo eso: hay teóricos que identifican en la lógica de la confrontación con el adversario (en realidad con el enemigo) la razón de ser de la política. Pero nada de esto, con todo lo grave o escandaloso que pueda ser, explica el poder que pueden llegar a tener el odio y la descalificación como insumos para la discusión pública. Cuando eso ocurre, y sucede con una cierta impudicia o impunidad que es amparada por las redes sociales y los medios, entre otras cosas porque se invocan los derechos de los más desprotegidos o los intereses superiores del país, el síntoma pasa a convertirse en patología social, en enfermedad extendida, y lo peor es que puede terminar infestando, contaminando, circuitos completos de la actividad pública. Posiblemente esto es lo que explica que, no obstante que la densidad de altruismo, de buena madera y de buena fe tal vez sea más o menos pareja en todo el arco político, llegue un momento en que el sistema como tal se vuelva tan tóxico que, lejos de solucionar los problemas de la sociedad, que es lo primero que debiera hacer, en definitiva termina colocando nuevos obstáculos en el camino para complicar todavía más las cosas. El túnel legislativo por estos días se ha vuelto una verdadera caja de sorpresas. Por iniciativas no necesariamente buenas, pero atendibles, por ejemplo, como el límite a la reelección de los parlamentarios, terminan pagando el pato los alcaldes, que en principio no eran parte de la ecuación. De la idea de liberar parte de los ahorros previsionales -que es irresponsable, por decir lo menos- cualquier disparate podría salir, incluyendo la confiscación de todos los fondos previsionales, precisamente porque no hay límites ni brújula en tiempos de populismo puro.

Es muy lamentable que esto esté ocurriendo precisamente en momentos en que el país, golpeado con inusitada severidad por la pandemia, más unidad requeriría para volver a levantarse. Es ahora cuando más ayuda corresponde dirigir a las familias afectadas, cuando más apoyo hay que brindar a las empresas que son viables pero que están complicadas por la paralización y cuando mayor confianza en el futuro el sistema político debía ofrecer a la ciudadanía. Está claro que no será así. La racionalidad alcanzó para dos acuerdos solamente, el constitucional y el del 14 de junio pasado. Para todo lo demás hay chipe libre. El sistema de salud creció en esta emergencia. El sistema político no dio el ancho. El país tendrá que salir adelante a pesar de sus políticos y a pesar del imperio de la pequeñez que estamos viviendo.

Dos incógnitas laterales. ¿Será parte del problema el déficit de liderazgo existente en la actualidad? Nadie genera confianza y nadie está convocando tampoco a nuevos horizontes. ¿Este factor es causa de nuestra inopia cívica o es más bien su lógica consecuencia? La segunda concierne a las incertezas de la oposición, que descalifica todo y sospecha de todo, pero que hasta aquí nunca ha podido desplegar ningún proyecto, ninguna carta de navegación, ningún modelo de lo que imagina para Chile. No es de ideas ni de proyectos de lo que Chile está discutiendo. En la mayoría de los casos, es de maniobras concebidas solo en función del daño que le pueden causar al que está al frente.

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