El incierto futuro de Perú

Con un Congreso fragmentado y un país polarizado, quien asuma la Presidencia deberá estar dispuesto a hacer concesiones para darle viabilidad a su gobierno y no ahondar la inestabilidad política.



El estrecho resultado de las elecciones del domingo pasado en Perú dejó a ese país sumido en el escenario político más incierto de los últimos 20 años. Si bien las cifras -con poco más del 97% de los votos computados al cierre de esta edición- dejan a Pedro Castillo con la primera opción de convertirse en el próximo Presidente, las décimas de diferencia con Keiko Fujimori hacen imposible descartar un eventual giro de último minuto. Las esperanzas de esta última residen en el rezago del conteo del voto en el exterior y las eventuales denuncias de impugnaciones de actas por parte de su rival. Sin embargo, el retraso del voto rural en regiones donde el abanderado de Perú Libre logró una votación de más del 80%, le da a este último la primera opción de llegar al Palacio Pizarro.

Pero al margen de quién finalmente gane, el hecho es que la actual elección dejó en evidencia profundas fracturas y divisiones en la sociedad peruana que instalan varias interrogantes sobre las capacidades reales del próximo Mandatario para llevar adelante su programa. De confirmarse un triunfo de Pedro Castillo, éste deberá hacer frente a un Congreso fragmentado, donde la bancada de su partido, Perú Libre, suma solo 37 diputados -lejos de los 66 que se requiere para contar con más de un 50%- y 42 con sus aliados de Juntos por el Perú. Un escenario no muy distinto al que enfrenta Fujimori, cuyo partido suma 24 escaños. Por ello, para poder gobernar ambos deberán estar dispuestos a hacer concesiones para darle viabilidad a su gestión.

El país, además, muestra una marcada división entre el mundo rural y las zonas urbanas, en especial Lima, que cuenta con el 34% del padrón electoral peruano. Si bien en la capital del país la candidata de Fuerza Popular sumó cerca del 65% de las preferencias, en regiones del interior como Ayacucho, Huancavelica, Cusco y Puno, Pedro Castillo superó el 80% de las preferencias, mientras que en el sur la votación a favor de este último alcanza sobre el 70%. Se trata de un panorama que da cuenta de dos realidades radicalmente opuestas que quien gobierne no podrá obviar. El único camino debería ser buscar espacios de acuerdo, porque potenciar la confrontación, como han sugerido algunos partidarios de Castillo, solo alimentará la violencia y profundizaría la inestabilidad.

Más allá de los efectos que la pandemia puede haber tenido en el resultado, el hecho es que el actual escenario peruano responde a una crisis político institucional más profunda. La descomposición de su sistema de partidos a partir de la década del 90 llevó no solo a un profundo desprestigio de esa actividad, sino también a que se crearan colectividades instrumentales, motivadas más por intereses personales que por visiones compartidas sobre el futuro. Ello permite un ambiente propicio para el surgimiento de figuras que impulsadas por un discurso antisistema y antielite, como Pedro Castillo, terminaran capitalizando en pocos meses el descontento de un sector de la ciudadanía, cuyo voto representa más un rechazo al antiguo sistema que el apoyo a uno nuevo.

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