El retorno de las clases presenciales

Es alentador que sobre el 80% de los colegios del país haya retornado parcial o totalmente a las jornadas presenciales, pero aún preocupa el rezago que sobre todo se ve en los establecimientos municipales.



Después de casi un año y medio sin clases presenciales, finalmente la mayor parte de los colegios del país ha empezado a retornar parcial o totalmente a las aulas, una noticia que no cabe sino valorar, porque el daño que este prolongado cierre ha causado en los procesos educativos -también en términos de salud mental, así como en el desarrollo de las relaciones interpersonales- es incalculable, y es tiempo de comenzar a revertirlo.

El Ministerio de Educación venía desplegando desde hace meses ingentes esfuerzos para persuadir sobre la necesidad de recuperar cuanto antes las clases -proceso en donde el Colegio de Profesores fue una constante traba-, y es probable que el decreto que expidió recientemente la Superintendencia de Educación -en que la apertura se iba a hacer obligatoria, incluso asociada a sanciones para aquellos establecimientos que insistieran en seguir cerrados- haya tenido incidencia en que sobre el 80% de los establecimientos ha retornado. La notable mejoría en los indicadores sanitarios, y la evidencia de que los colegios no son grandes propagadores del virus, hacían insostenible seguir en la modalidad telemática.

Ahora viene una ardua tarea para comenzar a recuperar los aprendizajes perdidos, pues la evidencia parece ser abrumadora en cuanto a que las clases remotas, si bien fueron la única solución posible mientras se estaba en los momentos más álgidos de las cuarentenas, llevan asociado un bajo porcentaje de logro en cuanto a aprendizajes, un fenómeno que sobre todo se acentúa en los estudiantes socioeconómicamente más postergados. Ello no ha hecho sino profundizar aún más las brechas con aquellos estudiantes de colegios particulares pagados, que gozan de mejores medios para las clases telemáticas, o en general han podido retornar antes a la presencialidad.

No parece haberse aquilatado bien el daño que supone que los estudiantes hayan estado casi dos años con bajos -o en algunos casos nulos- niveles de aprendizaje, un daño generacional que los programas educacionales deberán buscar la forma de atenuar o remediar urgentemente. Un estudio del Banco Mundial ilustra bien el impacto, pues conforme sus estimaciones el indicador de niños que no saben leer a los 10 años aumentará 10 puntos, pasando del 53% antes de la pandemia a un 63%, en el caso de los países en vías de desarrollo. El mismo organismo había estimado el año pasado que para el caso de Chile, 10 meses de interrupción de clases implicarían que los alumnos podrían perder en promedio el 88% de los aprendizajes de un año, algo que evaluaciones posteriores parecen haber confirmado.

Pese al alto porcentaje de colegios que están retornando a la presencialidad, preocupa que todavía más de 1.800 establecimientos no lo hayan hecho, dentro de los cuales la mayor parte son colegios municipales. Es indispensable que los alcaldes comprendan la importancia de no seguir dilatando estos procesos, donde cabe esperar un rol más proactivo no solo para cumplir prontamente con los estándares sanitarios en los colegios, sino también motivar a que las familias envíen a sus hijos al colegio.

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