Opinión

Esperando nada: el alza de los Ninis en Chile

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El resultado es inquietante. Según datos del trimestre abril-junio 2025 de la Encuesta Nacional de Empleo del INE, los jóvenes de 15 a 24 años que no estudian ni trabajan —los llamados Ninis— aumentaron de 331 mil a 336 mil en 12 meses. Si ampliamos la mirada al tramo 15-29 años, como hace la OCDE, el panorama empeora: los Ninis en Chile pasan de 626 mil a 652 mil, con cerca de 356 mil mujeres frente a 296 mil hombres. En términos porcentuales, representan un 16,7% de los jóvenes, frente a un promedio OCDE en torno al 12%. De ellos, 255 mil buscan trabajo y no lo encuentran, y casi 396 mil son completamente inactivos, lejos de cualquier sala de clases o puesto laboral.

Las razones son variadas. Entre las mujeres, predominan las responsabilidades familiares: trabajo no remunerado, pero igual de exigente que un empleo formal. Entre los hombres, la causa más frecuente es que se preparan para estudiar, pero no lo hacen. Un grupo importante, dice no querer o no necesitar trabajar. ¿De qué viven? Es una pregunta legítima para la mayoría de nosotros que dependemos de un salario. Salario, del latín salarium, era el pago en sal a los soldados romanos, un bien esencial para la vida. Perder el vínculo con esa sal es perder la noción de esfuerzo y valor que sostiene a una sociedad.

La educación pública, que durante décadas fue la promesa de movilidad social, atraviesa una crisis profunda. Instituciones como el Instituto Nacional, que formaron presidentes, científicos y líderes sociales, hoy son una sombra de lo que fueron. La calidad y la convivencia se han deteriorado, la disciplina se ha erosionado y la brecha con la educación privada se ha ampliado. Para muchos, la escalera de movilidad que antes existía simplemente ya no está. Y llama la atención que se discuta en el Congreso ampliar la gratuidad universitaria del 60% al 90% (como parte del proyecto de Financiamiento para la Educación Superior, FES), si un grupo relevante de jóvenes no quiere estudiar.

A esta precariedad se suman dos fuerzas que pueden volver el fenómeno irreversible. La primera es la disrupción tecnológica: la inteligencia artificial (IA) está automatizando empleos a una velocidad que ni siquiera la educación técnica alcanza a seguir. Cada año inactivo ensancha la brecha de habilidades y aleja el mercado laboral. La segunda es la adicción a la dopamina digital: plataformas que monopolizan la atención y anestesian la voluntad. El ocio deja de ser descanso o creatividad para convertirse en un scroll infinito que normaliza la inactividad.

Las consecuencias no son solo personales y sociales: son también fiscales. Una generación que no cotiza dependerá de la PGU cuando jubile, y el Estado financiará esas pensiones con cargo a los contribuyentes del futuro. Es una deuda silenciosa que crece cada año y reducirá el espacio fiscal para otras prioridades sociales.

Pero esta historia aún puede cambiar. Necesitamos pavimentar un camino de esperanza sobre acciones responsables y abandonar la ineptocracia e ideas fracasadas. Volver a crecer de manera sostenida para generar empleos de calidad y oportunidades. Recuperar la educación pública con estándares de excelencia, formar en las habilidades que la economía demanda, incentivar la participación laboral femenina y juvenil, y derribar las trabas que hoy frenan la contratación. La esperanza no se decreta: se construye con un país que abre caminos reales y no los cierra antes de tiempo.

En 1994, la destacada cantante nacional Nicole estrenaba su canción “Esperando nada”, cuyo estribillo clama: “Vivo en la calle, estudio de aprendiz, con libros que en la escuela nunca vi”. Era una imagen poética de una época, pero para miles de jóvenes hoy es un retrato demasiado literal. No podemos aceptar que esa sea la biografía colectiva de una generación. Es hora de que vuelvan a soñar en algo y en grande, en un país que les allane el camino para alcanzarlo.

*El autor de la columna es profesor titular UC

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