Opinión

Geopolítica de los alimentos

Integrar la dimensión alimentaria como un eje de nuestra política exterior es una necesidad estratégica.

Geopolítica de los alimentos

La pandemia del Covid-19 y la guerra en Ucrania han demostrado que el acceso libre y seguro de los alimentos es un componente esencial de la seguridad nacional y económica. Las principales potencias han incorporado su política alimentaria a sus estrategias geopolíticas de largo plazo, conscientes de que el alimento no solo es sustento: es poder. En este escenario, Chile —con su agricultura diversa y sus mares productivos— tiene ante sí la oportunidad estratégica de transformarse en un proveedor global de alimentos funcionales no sólo para una humanidad que envejece rápidamente, sino también para enfrentar los efectos de conflictos en otras latitudes.

El fenómeno demográfico es hoy una variable ineludible que debe ser permanentemente considerada. En 2050, uno de cada cinco habitantes del planeta tendrá más de 60 años. Esta nueva realidad plantea desafíos en materia de pensiones o salud pública y reconfigura también la demanda alimentaria global. No bastará con producir más alimentos, sino que será imperativo ofrecer productos especialmente diseñados para promover una vida longeva y saludable.

Chile es reconocido como proveedor confiable de frutas, hortalizas y productos del mar. Sin embargo, nuestra mayor riqueza podría estar aún subexplotada: la abundancia de nuestros recursos pesqueros. Con una de las zonas económicas exclusivas más extensas del mundo, nuestro país posee especies como la anchoveta, el jurel y el salmón, cuya proteína y contenido de Omega-3 son altamente valorados en la nutrición de adultos mayores.

Transformar esta riqueza en alimentos funcionales de alta gama es una tarea estratégica que requiere innovación, investigación aplicada y una política exterior que integre al envejecimiento en su prospectiva. Otros países, como Noruega, ya han demostrado que el océano puede ser tan productivo y estratégico como el campo.

El contexto internacional refuerza esta oportunidad. Los recientes choques globales han impulsado a las economías avanzadas a diversificar sus fuentes de alimentos y acortar sus cadenas de valor, privilegiando proveedores seguros, confiables y sostenibles. Chile, si actúa con inteligencia, puede insertarse en esta nueva arquitectura alimentaria global no solo como un exportador más, sino como un socio estratégico indispensable.

Ello implica investigación, desarrollo de alimentos funcionales, fortalecimiento de certificaciones internacionales, seguridad logística y la consolidación de una narrativa país que posicione a Chile no simplemente como “el huerto del sur”, sino como un proveedor de salud y bienestar para el mundo que envejece.

Integrar la dimensión alimentaria como un eje de nuestra política exterior es una necesidad estratégica. No hacerlo relega a Chile a un rol secundario en la nueva arquitectura del poder global, donde quienes aseguren alimentos saludables y sostenibles para un mundo que envejece tendrán especial consideración. 

Por Teodoro Ribera, rector Universidad Autónoma de Chile y ex ministro de Relaciones Exteriores

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