
Grandes empresas y efecto dominó

Por M. Cecilia Cifuentes, directora ejecutiva del Centro de Estudios Financieros ESE Business School
Al parecer hemos entrado en la parte más oscura de este túnel; es necesario mantener la cabeza fría para que la angustia que produce la oscuridad no lleve a tomar malas decisiones. En lo sanitario, la negrura se refleja en un sistema hospitalario que se acerca a la sobreexigencia, y en lo económico, en la angustia de trabajadores y empresas que no pueden generar ingresos en un contexto de actividad paralizada.
Tanto en lo sanitario como en lo económico, la actuación del gobierno ha sido ágil y flexible, necesario en una crisis en que la información y las necesidades cambian día a día. Las ayudas a trabajadores formales e informales y a empresas medianas y pequeñas empiezan a llegar, y aunque quedan espacios de mejora en las políticas, un reciente informe del BID sobre la crisis del coronavirus en América Latina muestra a Chile en una muy buena posición en lo que se refiere a las respuestas de política. Se distingue nuestro país por un enfoque que, además del asistencialismo, busca mantener con vida su aparato productivo, lo que permite una recuperación más rápida una vez superada la emergencia.
Queda, sin embargo, un tema pendiente, de mayor complejidad, y que exige abandonar esa mirada ideológica de años recientes, que entiende el sistema económico como una lucha permanente entre débiles y poderosos que abusan, representados por grandes empresas. Sin duda, hemos enfrentado situaciones condenables, pero lo cierto es que el sistema económico consiste mayoritariamente en millones de interacciones de colaboración, y la caída de empresas grandes no haría sino actuar como un potente efecto dominó, que puede afectar a millones de trabajadores y miles de pequeñas empresas. Perjudica también a las políticas sociales, ya que son estas empresas los principales contribuyentes del fisco.
Parece necesario avanzar en el diseño de políticas en ayuda de las grandes empresas, que no es otra cosa que intentar mantener todo el sistema a flote. En el diseño de estas herramientas ya han surgido variadas posturas, que van desde que el Estado tome el control de las empresas, hasta apoyos privados preferentes por parte del sector privado con algún tipo de garantía estatal, esto último poco factible en un mercado bastante seco para la magnitud de los créditos que podrían ser necesarios. Tampoco parece buena idea el control estatal, lo que podría generar no solo consecuencias políticas complejas en el mediano plazo, sino también serios conflictos de interés para los poderes del Estado.
Si hay una lección que hemos aprendido del pasado es que se debe evitar a toda costa la combinación de negocios y política. Debe entenderse, en todo caso, que no hay soluciones fáciles a este problema, y sea cual sea el mecanismo, todos tendrán algún costo, se trata de optar por el daño menor. En esa dirección, podría explorarse una alternativa similar a la que siguió Chile durante la crisis de la deuda, esta vez no para salvar a los bancos, sino a las empresas, a través de un tipo de deuda subordinada en poder del Banco Central, que tenga preferencia sobre los dividendos hasta que se pague la deuda. De esta forma se puede rescatar la operación de la empresa, mientras los accionistas deberán esperar a que la empresa cumpla sus compromisos con el instituto emisor. Se trataría entonces de que la institución probablemente más sólida del país, con amplio acceso a liquidez multilateral, permita mantener a grandes empresas que hoy necesitan ventilador artificial para subsistir. El Banco Central podría ser en este caso el agente que afirmara la pieza del dominó antes de que esta misma haga caer a un gran número con ella.
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