
IA: ¿Una amenaza para nuestro cerebro?
¿Alguna vez te has preguntado si, mientras la inteligencia artificial (IA) nos facilita la vida y nos hace más productivos, podría estar silenciosamente reconfigurando la forma en que pensamos? Lo que parecía ciencia ficción hoy se materializa en estudios científicos que sugieren una “deuda cognitiva” que podríamos estar acumulando.
Hace pocas semanas, el Media Lab de MIT publicó un documento titulado “Your Brain on ChatGPT: Accumulation of Cognitive Debt when Using an AI Assistant for Essay Writing Task”, con resultados tanto contundentes como sorprendentes. Natalya Kosmyna, investigadora en el grupo Fluid Interfaces del MIT Media Lab y profesor visitante de investigación en Google, autora del artículo, descubrió que los jóvenes que usaban IA para escribir ensayos mostraban una conectividad neural más baja, un rendimiento cognitivo deteriorado y una menor capacidad para recordar lo que habían escrito. Además, experimentaban una reducción del sentimiento de propiedad de sus propios textos. Ella sugiere que el impacto del uso de los modelos grandes de lenguaje (LLM) a largo plazo podría dañar el aprendizaje y generar deterioro relevante, especialmente en los más jóvenes. Sus cerebros, inmaduros hasta los 20 años, son más susceptibles a ser engañados o sugestionados, por lo que el uso inapropiado de la IA desde edades tempranas puede resultar nocivo para su desarrollo.
Es que la IA “hace trabajar al cerebro de otra manera”, dicen los expertos. En lugar de almacenar información directamente, nuestro cerebro “la almacena sobre archivos que contienen mucha más información que la que él mismo puede almacenar”. Esto puede convertir nuestro cerebro en una especie de director de orquesta que, en lugar de interpretar música, simplemente pulsa play en un reproductor externo. Aunque libera recursos mentales, podría hacernos menos autónomos en el largo plazo.
Sin embargo, cuando hablamos de este tema, inmediatamente se alzan voces que nos recuerdan paralelismos recientes, aunque de mucho menor envergadura. Cuando las calculadoras de bolsillo se popularizaron en los años 80, muchos temieron que los estudiantes perdieran la habilidad de calcular sin ayuda. Y sí, es cierto que hoy no recordamos tablas de multiplicar con la misma facilidad que antes, pero la prudencia y enfoque en el uso educativo permitieron que se integrasen sin tragedia cerebral. Me gusta mostrar otro ejemplo, esta vez con el uso de los mapas, que me resulta muy familiar por Mapcity, la empresa que creé a fines de los 90. Nuestra dependencia actual a las aplicaciones de mapas como Google Maps o Waze nos ha llevado a debilitar estructuras cerebrales vinculadas a la navegación espacial. La amígdala y el hipocampo –guardianes de la memoria geográfica– ahora trabajan mucho menos. ¿O no te ha pasado que te cuesta llegar a lugares sin apoyo tecnológico?
Hasta hace muy poco en Chile y el mundo no existían visiones unificadas en torno al impacto que la IA generativa podría tener en el pensamiento crítico de los jóvenes y futuros profesionales. Los nuevos estudios están ayudando a comprender ese impacto real, esa deuda cognitiva que tendremos que pagar de alguna forma, por lo que no queda otra que centrarse en discutir cómo podemos minimizar los riesgos ante la IA generativa, desde los sesgos hasta la pérdida de competencias humanas.
No hay dudas de que la IA ha llegado para quedarse y que nos ofrece maravillosas herramientas. La pregunta no es si la usaremos, sino ¿cómo la usaremos para que potencie lo mejor de nuestra humanidad, en lugar de erosionarla? Está claro que si no ejercitamos la memoria, la creatividad y el juicio crítico, flaquearemos en el intento. No por nada estas habilidades son las que definirán el futuro de las personas y el desarrollo profesional.
*El autor de la columna es fundador de Mapcity y Apanio, advisor y director de startups, autor de “Piensa al revés”, “Hackea tu Mente” y “TÚ”.
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