Jarpa



El siglo XX, ese período de la historia al que Santos Discépolo definió como “un despliegue de maldad insolente”, estuvo caracterizado por el desarrollo vertiginoso del conocimiento científico y de la técnica, que tanto nos llevaron a la Luna como a las dos guerras mundiales más mortíferas de la historia. Esa capacidad de destrucción hizo que el ser humano se acostumbrara a vivir en tensión por la amenaza del próximo conflicto, uno sin ganadores, sino con la destrucción de la vida en el planeta.

La guerra se transformó en eso que llamamos “Guerra Fría” y se imbricó en la política a través de la disputa soterrada entre el régimen económico y político liberal de Occidente y la ideología que ha sido más perversa en el ejercicio del poder por su brutalidad y extensión: el comunismo.

Como en toda época, sus líderes vivieron entre las luces y sombras de su tiempo, lidiaron con el contexto que les correspondió vivir, lucharon por lo que creían mejor y, entre aciertos y errores, ayudaron a construir el país que tenemos.

Sergio Onofre Jarpa fue uno de ellos, un político del siglo XX a carta cabal, todo aquello que lo define se asocia a ese período: adversario irreductible del marxismo, promotor de un nacionalismo de raíces agrícolas que se enfrentaba radicalmente tanto al internacionalismo socialista como a la reforma agraria; aunque después también discreparía de los economistas liberales de Chicago, cuyo aporte yo aprecio vivamente.

Aunque no tenía formación académica, siempre me pareció de una inteligencia superior, demostró su agudeza en el álgido período que fue embajador en Buenos Aires y, valiente como pocos, estuvo al frente en la polarización extrema que vivimos durante el gobierno de la Unidad Popular. Su partida nos recuerda que el siglo XX chileno se está terminando de cerrar y tanto de Jarpa como de su época se puede escribir un panegírico o una leyenda negra. Pero la historia no es ni una cosa ni la otra y Jarpa es parte importante de nuestra historia.

Jóvenes políticos de izquierda llenos de certezas -entre ellas la de su superioridad moral- lo han juzgado con dureza, desde el pedestal que parecen haber erigido de sí mismos y arriba del cual han levantado campamento, pretenden negarle el derecho a ser reconocido y despedido como su vida pública merece; sin embargo, el esfuerzo no solo es vano, sino que coloca en perspectiva la diferencia que hay entre haber hecho historia y la pretensión autoconferida de cambiarla.

Pero no hay que equivocarse, ese esfuerzo no es baladí, sobre la interpretación del pasado se escribe el presente. Por ello, quienes estamos en la vereda opuesta al socialismo, le debemos a Jarpa decir con claridad y certeza que, al menos para nosotros, se ha ido un grande.

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